sábado, 29 de mayo de 2010

EL AMANTE LESBIANO, EL SUCESO -FINAL-

La joven periodista en prácticas, enviada por su redactor jefe al lugar del suceso, contempla el cuerpo tendido, piadosamente cubierto por una vieja manta. Sólo quedan a la vista las piernas desde las rodillas, vestidas con pantalones grises, calcetines verdes y bien lustrados zapatos.

—¿Usted le conocía? –pregunta la periodista acercando su grabadora al conserje del edificio de oficinas, un cincuentón canoso de hablar pausado.

—De verle venir de tiempo en tiempo a la consulta del doctor Navarro, el cardiólogo de la tercera planta. Se llama don Mario, no sé más. Era un señor callado, pero alguna vez comentamos algo.

No era nada estirado, ¿me comprende?

—¿Fue todo muy rápido?

—No dio tiempo a nada... Estaba yo ahí en mi mesa de recepción, viendo entrar y salir público como todas las mañanas, cuando se abrió la puerta de uno de los ascensores y apareció el pobre señor... Andando tan normal, ¡quién lo iba a pensar!... De pronto, yo, que estaba pendiente de si me miraba para saludarle, le noté algo raro, el paso inseguro, como si resbalase... Acudí a sostenerle, le dejé tendido en el suelo para pedir auxilio porque respiraba mal, estaba muy sudoroso. Corrí a mi telefonillo y llamé a la consulta de donde él venía, ¡tenía yo un apuro!... Me contestaron, les conté lo que pasaba, colgué y me vine corriendo por si podía aliviarle, qué sé yo...

—¿Le dolía, se quejaba, dijo algo?

—Nada. Tenía que dolerle, me figuro, pero no lo parecía en su cara. Al revés, la boca sonreía, se lo juro; tenía los ojos medio cerrados y parecía como si estuviera viendo por dentro algo de gusto... Meneó un poco el cuerpo, del talle abajo... De pronto abrió los ojos, muy vivos, mirando a lo lejos, como alegres, ¿usted lo entiende, si estaba muriéndose?...

Y movió los labios.

—¿Habló?

—Entonces sí. Muy bajo, pero muy claro. Dijo: "¡Mamá!

¡Sí!"... Llamaba a su madre, ya ve usted.

—Natural, en ese trance...

¡Pobre hombre!

—Y ya no se movió, ni habló más, ni respiraba... Justo llegaron del ascensor dos de la consulta con un aparato, le reconocieron, le desnudaron el pecho, le aplicaron unas placas... Vinieron pronto y lo hicieron de prisa, pero cuando empezaron a darle unos choques, como decían ellos, ya era tarde.

—¿No lograron reanimarle?

—¡Qué va! Cuando a cada cual le llega su hora, se acabó... Se volvieron a la consulta y quedaron en llamar ellos a la policía, que llegó pronto; ahora estoy esperando por el juzgado a levantar el cadáver.

La periodista apaga su grabadora y la guarda en su amplio bolso.

—Al menos parece que no sufrió mucho –concluye sacando una libreta donde empieza a apuntar detalles para ambientar su crónica en ese gran vestíbulo, aunque se pregunta si le publicarán su gacetilla sobre un caso tan corriente.

Es hora de actividad; entran y salen empleados y visitantes. Algunos se detienen un momento ante el yacente, alguien pregunta al conserje, una pareja del brazo susurra comentarios entre los dos, la mayoría pasa de largo lanzando todo lo más una mirada... La periodista se cruza al salir con un guardia que llega en ese instante. Un suceso como tantos.


El amante lesbiano José Luis Sampedro

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