sábado, 6 de noviembre de 2010

Hay vecesm hay veces que me levanto... con la esperanza...

Me encanta esta cancion de Antonio Carmona... Dice Joaquin Sabina que el amor es Fisica y Quimica, yo diría que el amor es mucho mas... es ademas compromiso, es respeto y es confianza, sin eso ni fisica ni quimica ni leches en Vinagre, que decimos por el Sur.

TEngo ya 39 años, como Neruda, confieso que he vivido... A los 39 una hace ya tiempo que se cayó del guindo... Y como he vivido intensamente he tenido amores, desamores y otros dolores y alegrías varios... Pero lo que si he acumulado es eso que yo llamo sabiduría vital.

Sabiduría vital es todo aquello que uno aprende por si mismo, que le duele aprenderlo o que goza aprendiendolo y que por mucho que te lo cuenten si no lo vives no lo sabes.

Suelo recibir comentarios en el blog -ahora he publicado uno- de una persona que me advierte a traves de ellos donde esta etc... Y me recuerda siempre invariablemente a la cancion de Antonio Carmona... Hay veces, hay veces que me levanto... con la esperanza, con la esperanza de ti... Hay veces que tu amor me duele tanto, que te busco y no te encuentro...

Decia tambien mi abuelo que hay parcelas de respeto a uno mismo en las que uno no debe transigir, vamos lo que decimos tambien por el sur "por ahi no paso"... Y que por mucho que apreciemos a alguien o pensemos que podria ser esa persona etc... pues el sentido comun demuestra que es mejor no pasar y que es mejor no transigir...

Y luego es lo que decia mi tio "Es que la vida niña, es mu' complicá" Y asi es...

Para la gente que vivimos y disfrutamos de los caminos del bdsm a veces hay otra vuelta de tuerca...

Para muchos hay muchas vueltas de tuerca, lo cual me demuestra que cuando somos adultos cada pareja construye sus codigos, nos han vendido que todos tenemos que ser parecidos e iguales y hay cosas que son parecidas en todos, pero no tienen por que ser iguales.

Cada pareja construye sus codigos segun lo que quiere, lo que desea, lo que necesita, todos tenemos parcelas de intimidad en las que dejamos entrar a las personas en las que confiamos... despues de muchos años me quedan algunas cosas claras:

Las personas que aman no se hacen daño y sobre todo se respetan.
No hay amor si no existe confianza.
El amor se fortalece con el contacto -no solo fisico-, es mas, necesita de el.
A menudo aquellos que estan solos merecen estar solos o como decia mi abuelo "Solo se vea el que solo se desea"

Esta cancion es para la persona que me deja los mensajes, ya se que esta en Madrid, tiene mi correo, puede escribirme directamente al correo, pero nada ha cambiado... la pelota sigue en su tejado.

Hay por ahi un post que no se si se salvo del blog anterior... que se llama "Tener miedo" si se salvo que se lo lea...

Sobre lo demás esta cancion de Antonio Carmona, es muy buena para tararearla en el metro, en el autobus... o cruzando la calle...

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El video lo monto sin duda alguien para otra persona, pero los sentimientos humanos son universales...

Todos aspiramos a sentirnos vivos, completos, libres...O enamorados que no es igual pero es lo mismo...a menudo pienso que hay que ver que tendra el amor que suele ser tan jodido pero siempre lo andamos buscando...

Por cierto, a mi querido tocaovarios del blog... decirle,que esta muy equivocado cuando afirma que es uno de los sumisos que yo no considero digno de servirme... Todo eso demuestra que no me conoce en nada, aqui si hay alguien indigna de ser servida soy yo. No hay ser humano digno de ser servido por otro. Lo demas es solo un quiebro de la voluntad, un asi te quiero, asi te tomo... Cualquier mujer dominante e inteligente sabe que como dice mafalda: Si no hubiera todos no seriamos nadie. Tal vez deberiamos conocer mejor a la gente, molestarnos en ahondar antes de lanzar consignas sobre otros.

yo hoy solo...



Por cierto... llevo mucho tiempo alejada de la aprte más practica y mundana del bdsm... que espero retomas cualquier dia de estos...

Mientras tanto como dicen los judios, esto tambien es vida...

sábado, 2 de octubre de 2010

LO QUE ME LLEVARA AL FINAL, SERÁN MIS PASOS NO EL CAMINO... LA HUELGA, LAS UVAS DE LA IRA...

Vuelvo al blog, después de haber dejando semi abandonado este mundillo, y tener eso que los pijos llaman "una crisis existencial" -mentira-... pero si es cierto que he pasado una buena temporada teniendo muy claro que esto aportar, (es decir andar por los mentideros del mundo bdsm), a mi, no me aporta nada... a ver, me explico...

Internet como todos sabemos lo ha facilitado todo enormemente... -demasiado-... es decir, a mi entender muchas, muchisimas cosas han ganado y otras muchas han perdido esencia, valor... entre ellas las relaciones humanas.

Hablar a través de la pantalla es facil, muy fácil, y es mas fácil desnudarnos por que te lo quitas todo y quedas desnudo sin que te vean los michelines ;) y eso da seguridad, estas con otro -sin estar- y eso te da seguridad... es fácil, es cómodo y es aséptico, si te molesta con cerrar la pantalla...

Paralelamente, internet es demasiado amenudo el mundo que nos gustaría vivir y que no tenemos valor de afrontar, de abordar, de vivir...

Así, la mayoría de las veces ese que esta al otro lado resulta ser un cobarde que cuando tiene que salir del anonimato del pc y pasar a la vida... le faltan agallas o mas comúnmente eso que llaman cojones... y ese que a través del pc te ha comunicado con el corazón en la mano que eres todo aquello que siempre sonó, resulta que te quiere mucho -como la trucha al trucho-... pero no es capaz ni de decirte como se llama..., es decir te puede hablar de todo lo que quiere, teme o desea... pero jamas sabrás siquiera su nombre real...

Por cierto, el otro día vi una peli que recomiendo vivamente: Que se mueran los feos... Buenisima la imagen... en que el se acerca y ella tira la rosa...Sofía??? Se equivoca, yo no me llamo Sofia..., pero si llevabas la rosa... no, no es mia, se le ha debido caer a alguien -responde ella-... y el libro de Robinson Crusoe?... ehr... es un libro muy común...

Bueno, menos mal que yo no tengo prejuicios con los feos ni con la "gente común" que me lanzaría sin dudar a una historia con Fito por ejemplo :)...



"Puedo escribir y no disimular... es la ventaja de irme haciendo vieja..."

Me gusta Fito...

Por cierto, el otro dia se quejaba mi adorado Spirit de que los blogs de bdsm están semiabandonados... El me llama, "Terror de los fascinerosos"... :) por que no me gusta esa visión que sin duda es justa y realista de esa mera especie de transacción que a veces el con toda justicia trasluce y que da a entender que el bdsm, es una relación en que tu das yo doy... y es cierto, pero para mi, si no hay mucho mas, y se pierde la magia de la tensión, o de que uno al menos sabe lo que esta haciendo, y es el que lleva las riendas, si no hay eso, se pierde la tensión, la magia, no se, para mi, se pierde algo, por que si no , solo es un teatrillo, y no hay mas.

Para mi el bdsm es como un baile, uno tiene que marcar el paso, eso si, a veces bailas con alguien y podrías estar toda la noche bailando y disfrutando de esa noche, de ese baile y de esa maravillosa fiesta, y otras una baila con alguien por que es agradable y quiere bailar... pero hay en el baile y en todo en la vida feeling y parejas y parejas...

Bueno pues sobre el tema del semiabandono de los blogs de bdsm es que como el ama de "La ultima cereza" tenemos una vida que va mas alla del bdsm exclusivamentey yo que ya friso los 40 no estoy ya para gilipolleces, para perder el tiempo, ni para quedar con un tio al que le importo un carajo y que solo busca de mi que le de 4 tortas... anda y que se las de su puñetera madre :)...

Por que con la que esta cayendo por todos sitios, y a algunos de nosotros en nuestras propias familias... con la que esta cayendo estoy yo para aguantar tonterias... Por cierto, y hablando de todo un poco, os recomiendo vivamente la peli de mi adorado John Ford: Las uvas de la ira.

Hay peliculas como esta, o la diligencia, que en hora y media son capaces de transmitir las verdades de la vida...

Por cierto que la pelicula trata con maestría temas como la crisis, el abuso hacia los demas, el salvese quien pueda... y la lucha por salir adelante... Y hablando de todo un poco, el otro día yo ni fui ni estuve deacuerdo con la huelga... y es que en este pais en vez de arrimar con mas ahinco el hombro, nos permitimos el lujo de perder miles de millones de euros en decir lo que todos sabemos... y es que yo veo a todo el mundo protestar pero luego el dia de las votaciones la gente no irá... -que tambien es un derecho-... la mayoría por que con toda razon no se sienten representados, pero olvidando todos esos tambien que es cierto que las cosas estan peor que mal y que no hay de entre los politicos quien se salve, pero que al menos el sistema democratico nos ofrece la pequeña ventaja de que ellos sepan que salen del sillon -por un tiempo...

Me viene a tenor de todo esto que mi tía me conto que cuando ella llego a Alemania en el 56, los alemanes que -habian perdido la guerra en el 45- se quedaban en la fabrica trabajando una hora mas que los extranjeros, esta hora de mas, la regalaban todos al estado. Tú ve y dile a un Español que regale una hora de su tiempo cada día al Estado... Cuando ella llego ya hacia 9 años que lo hacían y lo siguieron haciendo casi 5 años mas... Por eso son la locomotora de Europa...

Yo no fui a la huelga no por que no considere que estos no merecen una huelga, que merecen mas bien una revolucion, si no por que odio desperdiciar y sobre todo por que cuando las cosas van mal lo que hay que hacer es trabajar para resolverlas y no dilapidar lo poco que tenemos... Vamos... me parece a mi.

En otro orden de cosas y hablando un poco de actualidad, quiero tocar el temita de BELEN ESTEBAN... La llamada "Princesa del pueblo" bueno sera la princera de los chelis, de la TV, pero del pueblo... por Dios¡¡¡ menos mal que soy Republicana... Anoche salía en TV una chica mas educada, mas guapa y mas todo que ella, contando y llorando por la historia de amor que habia supuestamente tenido con el marido de la tal princesa, o sea, con el principe consorte...

Lo primero, yo aun tio con tan mal gusto no me acercaba ni con un palo, lo segundo, ya hay quien llama a la chica lagarta, etc... pero...

A mi la chica me parecio mas victima que verdugo y como dice ella, ella es soltera, si hay que lapidar a alguien -no dilapidar como alguien me dijo una vez-... sería a Fran, pero vamos tampoco, por que yo si tuviera que vivir con la Esteban me buscaba un ejercito de amantes, o mejor correría como hizo Jesulín... por cierto, que feliz debía estar anoche la Campa :)...

De todo esto, al final la conclusion es que mientras para nosotros son un divertimento, ellos han vendido sus vidas, lo cual no deja de ser una tragedia que ademas del dolor que todas estas cosas logicamente causan tengan que aguantar a todos cotilleando y opinando simplemente por que pagan...

Con lo poco que hace falta para vivir...

Oigo de nuevo a mi querido Fito... No se restar tu mitad a mi corazon... Yo mas bien diría, (y por eso termino en este blog y en mi peculiar vida personal- que no se vivir, de espaldas a mi corazon-...

Eso si, he tomado la sana decision de no relacionarme con aquellos que no me merezcan, por que como diría la Maura... Yo valgo mucho.

Ah y por cierto, muchas gracias a Ricardo, a Josep, a todos los que en este tiempo me han escrito preguntandome del blog y de mi... he dudado mucho si cerrar el blog o no, por que hay gente que a falta de valor para otras cosas usan el blog para simplemtne saber de mi, pero... a estas alturas eso ya me importa un carajo... por que esa gente ha salido ya, definitivamente de mi vida, que dicho sea de paso tiene otros frentes en los que emplearse.

jueves, 10 de junio de 2010

ALGO DE MI, HASTA EL COÑ... UN POCO DE CORDURA, EL BARCO DE LOS ESCLAVOS...

Cuando era niña mi familia vivia de un negocio familiar que levantaron mis padres trabajando como esclavos para ser libres, mis padres no trabajaban para nadie, trabajaban para ellos, cuando salian los empleados mis padres seguian trabajando, nadie les dio un duro, recuerdo que cuando eramos niñas año tras año mi padre inasequible al desaliento echaba los papeles para la beca tanto para mis hermanas como para mi, nunca me dieron una beca, la primera, me la concedieron en la universidad por que se suponia que ya no dependia de mis padres, mentira cochina, sin ellos nunca podria haber sido ni hecho nada en la vida, la mayoria de lo que soy -bueno- se lo debo sobre todo a ellos.

Un dia mi tio, hombre gracioso donde los haya, me conto un chiste... "Se encuentra un hombre una lampara la frota e inesperadamente sale un genio: Pideme un deseo, el que quieras, te lo concedere... el pobre hombre recapacita, si le pido dinero pero me falta salud no me servira de nada, el amor sin slaud tampoco, al final decide pedir salud por que sin ella uno no tiene nada, entonces el genio, fue y le hizo autonomo..." Esto debe ser verdad por que mis padres estuvieron enfermos, se rompieron brazos y piernas, tuvieron problemas serios y graves de salud y que yo recuerde no dejaron nunca de trabajar...

En los primeros años del socialismo, a los trabajadores autonomos, los tenian fritos... aparecieron mercadillos, grandes superficies, les subieron los impuestos, liberalizaron horarios... entocnes resulto que eramos muy modernos...

Mi hogar se empobrecio, llegaron las vacas flacas... me explico, muchas de nuestras clientas se fueron al mercadillo, las que compraban en la tienda de alimentacion de Charo se cambiaron al Hiper, la pescaderia, cerro, la carniceria cerro... etc cerraron, los que ya no tenian edad para irse a otro sitio se colocaron de representantes y las clientas a las que durante tantos años fiaron los negocios y tiendas pequeñas se mudaron a Carrefour donde podian pagar "sin intereses en comodos plazos", entonces evidentemente, mis padres despidieron a los 5 empleados y a la chica que ayudaba en casa, Charo a los 4 que trabajaban en su pequeño super, etc... "Los modernos" olvidaron un estudio -o lo guardaron- que indicaba que por cada puesto de trabajo que se creaba en un gran almacen se destruían 12 en el pequeño comercio, pero en esa fase a la maripili que veia que se ahorraba un par de calcetines de cada 6 le importaba un carajo que mi vecina cerrara o que mi padre echara a sus empleados, en esa fase ella era feliz por que se habia ahorrado unos calcetines que ademas habia comprado a plazos y por que su marido no habia sido uno de los 5 empleados despedidos por mis padres..., algunos incluso se alegraban de que "Rosa la de la Ferreteria" tuviera que cerrar "por que era una estupida" etc... ya se sabe que la envidia es nuestro pecado nacional...

Mas tarde la Señora de los calcetines no pudo colocar a su hijo, por que mis 5 empleados no tuvieron para compararse un coche de 2ª mano y el señor del taller que lo iba a contratar no necesito por tanto un aprendiz... pero era tan simple que no le dio por pensar que mas le habria valido que en su casa entraran dos sueldos y no ahorrarse el 6º calcetin.

Hoy en día casi no existen pequeños comercios, se ha perdido el sabor de los barrios, cuando uno va al super compra la oferta del dia, si se queda en paro, nadie le presta o le fia, si no hay tarjeta no hay pagos a x meses sin intereses, pero eso si, mercadona y otros dan los productos a punto de caducar a caritas, alli pueden ir a pedir y si no coger los alimentos directametne de los contenedores.

Y todos sabemos que vivimos mejor.

Es verdad que los empresarios son todos unos egoistas, unos sinverguenzas que solo buscan aprovecharse sin escrupulos... por los coj... a veces no esta nada mal haber estado en el otro lado de la cuerda para entender...

Yo me pregunto: Si tan mal se esta trabajando para otro por que no es todo el mundo autonomo? Ahh nadie quiere arriesgarse, exponer su dinero,su patrimonio, la mayoria lo que quiere es ir a trabajar, echar sus 8 horas, cobrar a fin de mes y que no les compliquen la vida y sobre todo que otro corra los riesgos... Si el negocio se va al garete, el trabajador tiene el paro y el autonomo una patada en el culo, "que se joda, para eso se ha estado forrando"... No me extraña que abunden los empresarios en este pais... ah no, perdon, en este pais cuando se dieron cuenta de lo que habian hecho empezaron a llamarles emprendedores...

La historia se repite.

Que conste que soy de izquierdas, lo he sido siempre aunque ultimamente estoy hasta el coño de esta falsa moral, y si miro a la derecha ya apaga y vamonos... Mire dodne mire, al final me preguto siempre ¿Que hemos hecho para merecernos esto?

Lo que esta pasando no tiene nombre... Resulta que no teniamos crisis, solo desaceleracion del crecimiento...

Cuando la gente empezo a perder sus casas por la subida de los intereses que hizo que empezaran a venderse menos pìsos y que mucha gente se fuera al paro, entonces resulta que yo tenia unos amigos gays que no estaban casados, entre los dos ganaban al año 42000 € brutos o sea al mes cobraban liquidos entre los dos unos 3500 €, se fueron a vivir juntos y alquilaron un piso de 500€ entonces el estado o sea yo, tu y todos les dio al año 2520 para que se pudieran "emancipar" yo lo veo perfecto, lo que no veo tan perfecto es que mi primo se quedara en paro, y como uno de los sueldos lo usaban para pagar y el otro para vivir despues de convencerse -tras ayudas familiares etc- que no iban a encontrar facilmente trabajo, perdieran su casa, entonces se ruvieron que mudar a casa de los padres de ella, con los dos niños, a estos como ya estaban emancipados, la administracion les dio una patada en el culo y euq te ayude la madre que te pario, que el dinero publico esta para "Cosas mas importantes"... por ejemplo para gastarse 1500 € para anunciar cada obra del maravilloso plan E.

Paralelamente los que aun seguimos currando y dando gracias a Dios por ello nos empezamos a preguntar quien pagara nuestras pensiones, la mayoria de las parejas que conozco tienen un hijo o ninguno, las demas como muchisimo dos, España estaba en el penultimo puesto de la Union en ayuda a la maternidad despues de la retirada de la ayuda de 2500 € somos los ultimos, que alegria ¿verdad? somos los ultimos en algo, por que en paro somos los primeros...

Y me pregunto por que cojones no les quitan los 2500 € a quienes no los necesitan y se los dejan a quienes lo necesitan? ahhh por que hay que ahorrar... es por eso...

En la historia de España esta es la primera vez que se baja el sueldo a los funcionarios, sobre el tema de los jubilados no quiero ni hablar por que entonces si que me dan ganas de sacar el latigo o la metralleta...

Me pregunto cuando nos cuesta el ministerio que regenta "la miembra" que defiende la igualdad entre hombres y mujeres que tiene como merito unico ser ahijada de Chaves. Aqui os dejo su curriculum:

Nombre: Bibiana Aído.
Ocupación actual: Ministra de Igualdad.
• 31 años.
• Prácticas en Unicaja durante el periodo agosto - octubre de 2000 (3 meses).
• Iturri S.A.: noviembre 2000 - septiembre 2001 (10 meses).
• Caja San Fernando: contrato desde diciembre 2001 al 15 marzo 2002 (3 meses).
• Observatorio de Emprendedores de la Universidad de Cádiz: abril 2002 – diciembre 2002 (Cargo político: 9 meses).

Con este extensísimo y brillante curriculum pasa a ser:
• Delegada provincial de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía en Cádiz. Decreto 37/2003, de 11 de febrero de 2003 (BOJA).
• Directora de la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía: julio 2006 - marzo 2008.
• Desde abril de 2008, máximo responsable del Ministerio de Igualdad (!!!!!).
¡¡¡¡LO QUE NO APARECE AQUÍ, ES EL PUNTO MÁS IMPORTANTE DE SU CURRICULUM, Y ES QUE LA MINISTRA ES AHIJADA DE CHAVES, SÍ, SÍ, AHIJADA DE BAUTISMO!!!!


EStais sin palabras verdad miembros mios? Y es que Zapatero nos prometio pleno empleo: coloco a todos los suyos.

A la mayoria de la gente con la que hablo les importa un bledo ya quien mande, que sea de isquierdas o de derechas, la gente prefiere ganar menos pero que en sus casas entren sueldos, no quieren seguir viviendo del paro ni en la incertidumbre... Lo que la gente quiere es que mande quien mande se solucionen los problemas que les preocupan,que medio funcione la sanidad, la educacion y que haya trabajo. FIN

La solucion no esta en congelar salarios o bajarlos, esto sera contraproducente por que los funcionarios no compraran y por tanto el que vende el coche, el que vende la fruta, el que vende los zapatos, ganara menos y tambien despedira gente... la solucion esta en poner a funcionar de nuevo el pais, en hacer reformas estructurales y en no vivir en Jauja; no se si he comentado alguna vez que soy fan de Alberto Abadía, si no lo he dicho antes lo digo ahora, tenemos que adecuarnos a lo que tenemos, volver a encontrar placeer en cosas pequeñas y vivir segun nuestras posiblidades, lo que tenemos vaya...
El otro dia hablaba yo con un amigo,q eu decia que durante este tiempo hemos vivido como nunca -hablando de lo bien que lo habian hecho unos y otros- sin embargo ahroa vivimos la realidad y ademas para mas inri, la gente se siente peor que nunca, si no tienes un coche nuevo, un dvd, un home cinema un ,,, no eres nadie. Y si lo tienes, eres nadie, con deudas y con la sensacion de que te han timado por que encima debes un monton de dinero...o sea, tienes comprometida la nomina de este mes y gran parte de las nominas venideras... pero no te preocupes, si te mueres el seguro que te obligaron a contratar lo pagara todo, aunque tu para pagar todo -incluido el seguro- estes hasta el cuello...

Pero... ¿Estamos locos? ¿Somos imbeciles?

Que la solucion no es que bajen los sueldos, congelen pensiones, quiten ministerios que... que la solucion esta en que hay que cambiar el chip y hay que ser productivos, auque de momento y dada la incompetencia exhibida hasta el momento esas otras medidas sean imprescindibles para poder sobrevivir... es lo que pasa cuando uno vive por encima de sus posibilidades, y gasta lo que no tiene.

A mi la verdad lo que me gustaria es que todos estos mindunguis fueran al paro, a vivir con los 420€, que es lo que deberia pasar si no han cumplido con su trabajo, que no viniera nadie a sustiuirles, les propongo un cursillo, apra ello los meteria en un barco les obligaria a vivir como viven miles de españoles, pero a todos, a los de la izquierda y a los de la derecha...

Mientras, haria una confederacion de madres, abuelas y amas de casa para que administraran el pais, no dicenque nos hace falta un milagro? pues ellas estan acosumbradas a hacerlos cada mes.

Y todos los politicos y gentuza afin, al paro.

DOMADORA DIXIT

sábado, 29 de mayo de 2010

EL AMANTE LESBIANO, EL SUCESO -FINAL-

La joven periodista en prácticas, enviada por su redactor jefe al lugar del suceso, contempla el cuerpo tendido, piadosamente cubierto por una vieja manta. Sólo quedan a la vista las piernas desde las rodillas, vestidas con pantalones grises, calcetines verdes y bien lustrados zapatos.

—¿Usted le conocía? –pregunta la periodista acercando su grabadora al conserje del edificio de oficinas, un cincuentón canoso de hablar pausado.

—De verle venir de tiempo en tiempo a la consulta del doctor Navarro, el cardiólogo de la tercera planta. Se llama don Mario, no sé más. Era un señor callado, pero alguna vez comentamos algo.

No era nada estirado, ¿me comprende?

—¿Fue todo muy rápido?

—No dio tiempo a nada... Estaba yo ahí en mi mesa de recepción, viendo entrar y salir público como todas las mañanas, cuando se abrió la puerta de uno de los ascensores y apareció el pobre señor... Andando tan normal, ¡quién lo iba a pensar!... De pronto, yo, que estaba pendiente de si me miraba para saludarle, le noté algo raro, el paso inseguro, como si resbalase... Acudí a sostenerle, le dejé tendido en el suelo para pedir auxilio porque respiraba mal, estaba muy sudoroso. Corrí a mi telefonillo y llamé a la consulta de donde él venía, ¡tenía yo un apuro!... Me contestaron, les conté lo que pasaba, colgué y me vine corriendo por si podía aliviarle, qué sé yo...

—¿Le dolía, se quejaba, dijo algo?

—Nada. Tenía que dolerle, me figuro, pero no lo parecía en su cara. Al revés, la boca sonreía, se lo juro; tenía los ojos medio cerrados y parecía como si estuviera viendo por dentro algo de gusto... Meneó un poco el cuerpo, del talle abajo... De pronto abrió los ojos, muy vivos, mirando a lo lejos, como alegres, ¿usted lo entiende, si estaba muriéndose?...

Y movió los labios.

—¿Habló?

—Entonces sí. Muy bajo, pero muy claro. Dijo: "¡Mamá!

¡Sí!"... Llamaba a su madre, ya ve usted.

—Natural, en ese trance...

¡Pobre hombre!

—Y ya no se movió, ni habló más, ni respiraba... Justo llegaron del ascensor dos de la consulta con un aparato, le reconocieron, le desnudaron el pecho, le aplicaron unas placas... Vinieron pronto y lo hicieron de prisa, pero cuando empezaron a darle unos choques, como decían ellos, ya era tarde.

—¿No lograron reanimarle?

—¡Qué va! Cuando a cada cual le llega su hora, se acabó... Se volvieron a la consulta y quedaron en llamar ellos a la policía, que llegó pronto; ahora estoy esperando por el juzgado a levantar el cadáver.

La periodista apaga su grabadora y la guarda en su amplio bolso.

—Al menos parece que no sufrió mucho –concluye sacando una libreta donde empieza a apuntar detalles para ambientar su crónica en ese gran vestíbulo, aunque se pregunta si le publicarán su gacetilla sobre un caso tan corriente.

Es hora de actividad; entran y salen empleados y visitantes. Algunos se detienen un momento ante el yacente, alguien pregunta al conserje, una pareja del brazo susurra comentarios entre los dos, la mayoría pasa de largo lanzando todo lo más una mirada... La periodista se cruza al salir con un guardia que llega en ese instante. Un suceso como tantos.


El amante lesbiano José Luis Sampedro

jueves, 27 de mayo de 2010

EL AMANTE LESBIANO, ALGUNAS ACLARACIONES


Me gusta Sampedro, a quien me conozca bien, no le extraña claro... -y a quien conozca a Sampedro-... claro...

Decía Mecano, que los genios no deben morir... pero es que los genios, no mueren...

Comentaba el otro dia con astrubal que el merito de este libro es que para los que conocemos desde dentro el bdsm esta escrito y descrito desde lo interno, es decir, cuando Sampdreo narra la evolucion del protagonista, sus sentimientos, cuando habla sobre el dolor, sobre la esperanza, sobre el miedo, habla de sentiemientos que describe al milimetro, como solo lo puede hacer alquien que los ha sentido...

Sampedro es para mi un hombre admirable, basta solo con oirle hablar de la decadencia del capitalismo, de las edades economicas, de la vida, de cualquier cosa...

El libro se abre ya de manera muy reveladora:

A Olga Lucas -su amor-
Entremos mas adentro en la espesura -San Juan de la Cruz-
Ama y haz lo que quieras -San Agustin-

El libro esta escrito y descrito desde una relacion de amantes, es la vivencia de dos personas que se han unido para amarse a su manera...

Describe la experiencia de un hombre, que siempre se ha sentido mujer, pero jamas ha amado a un hombre sino a mujeres... Esta ya en la madurez, sabe lo que quiere, y lo que espera, lo que desea y lo que le interesa... El otro dia comentaba con alguien que uno no escoge pareja basandose en los mismos parametros a los 20 que a los 40 y si lo hace es por que a los 40 sigue siendo imbecil :)... No ha aprendido nada.

Ademas de todo esto, es un libro de sentimientos:

"Cuando ella te parezca sin razón, piensa que la historia vital no se mueve por razones sino por emociones... Te quiero mucho ¿sabes? y me gusta verme en ti."...

Pero sobre todo es la historia de dos personas que se complementan, ella dominante y el sumiso, el que se siente mujer, ella que no quiere un hombre que se comporte como tal... la historia de Farida y "myriam" es la historia de dos personas que se aman de forma adulta, apasionadamente, bajo sus propias reglas y a su modo:

"me estás haciendo como quieres y como quiero"...


De la dificultad de encontrar ama; de las profesionales:

"Había imaginado que los culpables de ser diferentes, según yo me acusaba entonces, podían pagar así y liberarse de la culpa. O, al menos, de la responsabilidad al rendir su voluntad. Abdicar de la libertad le hace a uno libre; como es libre el monje que se encierra en la clausura. Pero no encontré a ninguna dominante con la que yo pudiera vincularme de alguna manera y convertir la operación mercantil en relación mínimamente humana."...

Del dolor:

"el placer y el dolor están tan juntos como lo están la vida y la muerte. Aprendí también que el cerebro puede interpretar diversamente una misma sensación como placer o dolor: por eso el dolor sufrido no depende sólo de cómo nos golpea el dominante sino, sobre todo, de cómo lo recibe y acepta el sumiso"...

El amante lesbiano es un libro para mirar mas alla, para entrar en la espesura, para leer entre lineas, para buscarnos, para identificarnos, para saber que no estamos solos, para querer, para querernos -voy a parar que esto empieza a parecer un anuncio de cocacola-...

Para algunos que no llegan solos... (Y no me suta señalar) He subrayado algunos aspectos que me parecen fundamentales del bdsm-, universales... (faltan aun por subrayar dos partes-... poco a poco espero ir comentandolas... por que a veces cuesta ver en la espesura... es como los comentarios dirigidos... no es lo mismo er el Guernica " a pelo" que coociendo la historia del cuadro y de quien lo pinto...No es lo mismo oir la Elegía a Ramon Sijé, sabiendo de la historia de Hernandez que sin conocerla, aun asi, ambos tienen un valor per se... pero cuesta menos apreciarlo cuando hay que mirar menos para ver :)...

No obstante el texto esta ahi, habla sobre todo de sentimientos, requiere una lectura lenta, por que es un texto para entrar adentro, en nosotros mismos, mas alla, en nuestra espesura.

domingo, 23 de mayo de 2010

EL AMANTE LESBIANO 6ª PARTE

—¡Al contrario! Pienso mucho: que eso nos asemeja, esos sentimientos me acercan a ti... Que, a la distancia de una novicia principiante, sigo bien tus pasos, me estás haciendo como quieres y como quiero: alguien cuyo cuerpo de hombre vive como mujer... Me siento feliz y esperanzada... ¿Acierto?

—Del todo y comparto tu alegría... Ahora necesito que lo sepas: me marché de aquí a ser, a mi vez, lo mismo que tú eres junto a mí: Rumio esas palabras, tardo en comprenderlas. Me atrevo:

—¿Quieres decir sumisa? ¿Cómo es posible?

Adivina en mi rostro mi alboroto interior. Mi imaginación galopa: ¿Tiene un Ama como ella? ¿Un amor diferente? ¿La pierdo para siempre...? Me aprieto contra sus rodillas, bajo la cabeza para que no me vea sufrir: ¡esto es peor aún que lo ya pasado! Pero alzando mi barbilla me obliga a mirarla:

—No te hagas daño con suposiciones. Nada altera lo que éramos ni cambia tu noviciado. Y todo acabó ya.

Una luz de esperanza. Y empiezo a creerla por su limpio mirarme.

Palidecen mis celos, dejan de arañarme.

—He ido a reencontrarme, para no desviarme de mí misma. Fui como quien dice, a renovar mis votos.

Pero han sido unos ejercicios nada religiosos, claro. Mucho más profundos: carnales, para vitalizarme, no para espiritarme. He sido sumisa de mi amiga Julia, que es como una hermana para mí; no te alarmes.

Yo le hice el mismo favor en otra ocasión.

—¿Sumisa del todo?

Sabe que estoy pensando en esa sala de tratamientos, a pocos pasos de nosotros, con sus poleas y sus azotes.

—Por supuesto. Su esclava, su cautiva y castigada... No te escandalices.

—¿Escandalizarme? Si no altera mi noviciado, ésa es otra semejanza contigo. Te hace más mi Maestra que nunca, una Maestra que vive lo que enseña... Te lo diré: eso te hace más aún mi diosa. Primero, ¿qué pasó con tu boda?

—Lo sabrás todo con detalle, pero yo también quiero saber más de ti, aunque te conozco mejor que tú misma. Te quiero entera, sin repliegues ni llagas cerradas en falso ¿entiendes?

—Ya me tienes toda, ¿qué más quieres?
—Lo que tú aún ignoras o no te has atrevido a descubrir
. Hay dos aspectos de tu vida semicerrados.



Cuando tu madre me la anunció yo ya sabía que era un error, pero ¿qué ocurrió?


—Mi madre se equivocó. Creyó que eso me llevaría al "buen camino", al que ella quería, pero resultó contraproducente. No sé si con otra mujer hubiera ido mejor, pero a la mía, mi manera de ser hombre no la ponía en marcha...

Consultamos a un psicólogo, a un psiquiatra; luego mi madre, con su idea fija, conectó con una terapista y tuve unas sesiones... No iban mal pero ahí mi mujer dijo basta, se enrolló con otro y acabamos en el divorcio... ¡Qué liberación fue para mí!... Si quieres detalles...

—No, es lo que suponía, pero quería oírtelo. ¿Y tus sesiones de sadomaso, con amas? Las mencionaste alguna vez.

—Eso fue mucho más tarde, ya destinado yo a Barcelona. Quise probar esa vía, saber algo más de mí... Me asomé unas cuantas veces, acudiendo a anunciantes, pero eran siempre prácticamente lo mismo.

Algo casi burocrático, de puro rutinario; sin ninguna imaginación.

Aparte mi satisfacción secreta de atreverme a gestos condenados por la buena sociedad no saqué más que cierto dolor físico y absoluto desencanto.

—¿Qué esperabas encontrar?

—Había imaginado que los culpables de ser diferentes, según yo me acusaba entonces, podían pagar así y liberarse de la culpa. O, al menos, de la responsabilidad al rendir su voluntad. Abdicar de la libertad le hace a uno libre;
como es libre el monje que se encierra en la clausura. Pero no encontré a ninguna dominante con la que yo pudiera vincularme de alguna manera y convertir la operación mercantil en relación mínimamente humana.

Renuncié a encontrarla, convencido de que no existían tales amas.

Ante su silencio interrogo a sus ojos. Me miran como a un inocente: tierna sabiduría, iluminadora comprensión.

—Pues existen. Humanas, impulsadas sólo por el afán de vivir.

Pocas, pero existen. Me consta: yo fui una.

Ahora el silencio es mío. Lo rompe:

—¿Te asombra?

—No pero... No te cuadra...

Yo te siento muy distinta. Guía, inspiradora, Gran Maestra de un culto esotérico, mágico...

Oprime mi mano, entregándose.

—Gracias... Eso es lo que fui antes que nada, en un círculo afín a los derviches de Mawlana Rumí, pero quebraron mi mundo. Un seísmo, peor que asesinarme y... ¿Recuerdas que te hablé de mi antepasada, la profetisa Kahina, vencedora en la batalla? Pues aquel golpe me dejó guerrera como ella, sólo guerrera... ven, siéntate y escucha.


Me instala a su lado en el diván. Me preparo a sorpresas.

—La violencia sufrida me lanzó a la venganza para poder aceptarme y entonces sobrevivir; lo que encendió en mí el antiguo placer de dominar, aprendido de mi abuelo y gustado sobre mi esclava y sobre mis caballos. Siempre me resistí a la sumisión femenina exigida entre mi gente, pero mi odisea me llevó a la máxima rebeldía. La guerra alteró muchas cosas y me hizo más fácil emigrar a París para estudiar medicina, que preferí a las letras después de haberla vivido como enfermera voluntaria en los hospitales. Al principio pasé privaciones hasta lograr ingresos como auxiliar en una clínica de lujo donde se me apareció la suerte al ingresar cierta Madame d.Honville, originaria de la Kabylia como yo, que en su largo proceso postoperatorio se encariñó conmigo, atraída por el paisanaje y nuestra lengua materna común. Al darla de alta, la dama me contrató como señorita de compañía, pues vivía sola tras haber enviudado de un coronel de aristocrática familia que le dejó una fortuna y buenas relaciones sociales. El marido, secreto masoquista, la había adiestrado como su propia dominante, creándole una adicción que ella siguió ejerciendo gustosa con algunas amistades especiales. Nada que ver, como imaginas, con tus anuncios en la prensa, sino a nivel de grandes damas y altos personajes unidos por pasiones secretas en círculos del más difícil acceso y con sistemas de seguridad inquebrantables.

—¿Es posible?

—Como lo oyes. Unos cuantos círculos en el mundo con sus reglas y códigos secretos, amos y amas homologados entre ellos, mercados de esclavos también cualificados y reuniones convocadas con anuncios en clave y en lugares para convenciones como si se tratara de turismo o subastas de arte. Cada club tiene sus instalaciones con la más variada fantasía, permitiendo desde la más rigurosa violencia hasta sesiones de mera humillación psicológica y dominación mental. Mi patrona y maestra sólo actuaba personalmente un par de veces al mes, desplazándose en ocasiones a sitios como la Riviera o un castillo en los Cárpatos. Otras demandas las atendía delegando en alguna de las jóvenes formadas por ella, una de las cuales fui yo misma, pues en aquel ambiente descubrí mi aptitud innata, alentada por mis crecientes desengaños con los hombres, compensados por los placeres gozados con Julia, mi amiga y compañera, e incluso alguna vez con la propia Madame d.Honville, que nos quería a todas. Éramos un grupo feliz.

Nuestra divisa de amazonas modernas era: "Todas para todas frente a todos."


—¿Y tu marido?... Perdona el atrevimiento.

—Me casé cuando, desencantada ya de mi tiránico abuelo, murieron mis padres en poco tiempo. Uno de mis profesores, ya mayor, era dulce, bueno, diferente; casarme con él me protegía contra el resto.

Pronto aceptó dormir separados y espaciar sus visitas nocturnas, tampoco muy insistentes por su edad... Volviendo ahora a mi actividad en el secreto club de mi Maestra, conseguí mi homologación profesional y tuve mis propios clientes, financiando así mis estudios con espléndidos ingresos.

En los últimos cursos médicos se estudiaba psiquiatría y, aunque te parezca increíble, me sentí horrorizada ante ciertas terapias aplicadas a los pacientes: lobotomías y penosos shocks eléctricos o insulínicos para provocar comas. Al lado de esas prácticas las "torturas" que me pedían mis clientes resultaban caricias. A veces me preguntaba si estaría yo equivocada pero por fortuna descubrí las obras de Laing y, tras él, de otros autores. Con ese estímulo decidí consagrarme a estudiar el mundo de las llamadas "perversiones", sobre las que yo tenía abundantes experiencias reales, gracias a mi secreta profesión. ¡Yo sí que conocía actuaciones y conductas incomprendidas por la dogmática formación de los expertos oficiales! Al fin acabé adhiriéndome a la Ipsoterapia, que ya conoces, donde se permite el crecimiento natural de los pies de las chinas, sin impedirlo con vendajes.

—Sí, la conozco, para suerte mía... Y ahora, ¿durante tu ausencia has querido volver a ser dómina?

Me nota la congoja y me fuerza a mirarla. Su sonrisa me tranquiliza:

—Claro que no, ya te lo he dicho. Sólo he vuelto a la ascesis de la sumisión para reencontrarme.

Créeme, no soy radicalmente sádica. La verdad es que al principio me moví en el club secreto con ilusión, esperando que entre aquellos hombres, todos diferentes de la masa, alguno se mostraría soportable, quizás ajustable a una amazona como yo, pero no fue así. Solían ser tan superficiales y tan machistas como la mayoría. Más bien se aburrían y buscaban placeres sin arriesgar sentimientos; apreciaban la cáscara e ignoraban la almendra.

Por eso yo les azotaba y humillaba sin escrúpulos, con un desprecio que les movía a desearme más...

Pronto supe que allí no encontraría mi compañero de viaje ideal.

Eso sí, me hice una experta y eso me ayuda ahora para concebir tratamientos.

—¿Por ejemplo?

—Muchísimos. Aprendí a dosificar los grados y modos de la humillación, de la represión, del dolor. La diferencia entre el látigo, la fusta, el martinete, el azote, el rebenque y la caña, pues cada objeto causa efectos distintos, como la tímbrica de los instrumentos musicales. Valorar las resistencias y texturas de la piel humana y sus reacciones a cada golpe: el rojo inicial bajo el azote, el verdugón morado de la fusta, la canaladura de la caña, el desgarro inmediato del látigo. Y los lugares del cuerpo, de sensibilidad tan diferente... Un campo infinito...

Pero, sobre todo, me ejercité en el dolor pues, por supuesto, primero pasé por la sumisión bajo Madame d.Honville, conociendo el potro y el azote, la colgadura y lo demás; sin esa experiencia no se concedía la homologación como dominante por los dirigentes del club.

Comprendí que el placer y el dolor están tan juntos como lo están la vida y la muerte. Aprendí también que el cerebro puede interpretar diversamente una misma sensación como placer o dolor: por eso el dolor sufrido no depende sólo de cómo nos golpea el dominante sino, sobre todo, de cómo lo recibe y acepta el sumiso, el 'bottom'. Viví el umbral del dolor y también su frontera, donde se confunde con el placer y a partir de ahí se transforma del todo en éste: una vez más el erotismo conecta con los místicos y con los mártires, dichosos en la tortura. A veces el dolor excesivo conduce a la inconsciencia, pero también, en cambio, nos hace conscientes, en nuestro cuerpo, de áreas, fibras y músculos que habitualmente ignoramos. Conocí, en fin, el dolor como puerta de acceso a una experiencia física y como meta de llegada a otra experiencia más alta: enamorada. Porque la relación amorosa entre dominante y dominado, cualesquiera que sean sus sexos, llega a su hondura hasta la unidad de ambos celebrantes, allí donde el sumiso es tan dueño como el amo y éste es un servidor de aquél.

—Me cuesta trabajo entenderlo; perdóname.

No eres masoquista y no has hecho la experiencia. Pero asomarse a ese cielo abismal, y no a tus amas mercantiles vendiendo un simulacro, es otra de las exaltaciones humanas, como la del poder máximo, la del arte supremo, la del descubrimiento científico y, desde luego, la del amor. La sumisión es reducirse a la voluntad del dominante; anonadarse para ser lo que quiera y como nos quiera nuestro dueño. Y si éste nos somete al dolor, entonces el látigo es un cable comunicante: su chasquido en la piel receptora repercute en el brazo hiriente, que así se entrega al sumiso... Dar y recibir, ese goce completo de la vida, se cumple a la vez en ambos.


En su silencio adivino recuerdos. ¡Cómo me gustaría asomarme a ellos, saber hasta el fondo! Aunque me hicieran sufrir. No puedo remediarlo:

—¿Os queréis mucho?

—¿Quiénes?

—¡No te burles! Esa Julia.

Tu amiga.

—No me burlo de ti. Te lo pregunté por broma; no has de temer nada. Las dos nos tenemos cariño, ya te lo he dicho, y nos ayudamos, pero no es mi obsesión ni lo fue nunca. Con el afecto necesario para someternos mutuamente y hasta para dominarnos, que es lo más doloroso.

—¿Azotar es tan duro?

—Sí, cuando es por amor: un desgarro por dentro... Pero ya no necesito herir ni vengarme.

Estallo:

—¡Yo no te azotaría nunca!

¡No podría!

¿Tan poco me amas?

Confundido, turbado, enmudezco.

¿Negarle nada?

—¡Hasta morir, pero no me lo pidas!... Yo no soy para eso, sino para ser arcilla en tus manos, moldeada por ti, para tu goce...

Me anega su mirada, más intenso su gris y su azul.

Cierto: Tú eres como eres y no pido más. Aunque aún has de probártelo. Recuerda: no sólo serás arcilla, te dije, sino también espada. Aún no tienes el temple.

—Dámelo, Maestra, señora mía.

¿Se duelen sus ojos? Pero su brazo es muy entrañable al rodear mi espalda, aferrar mi hombro y apretarme fuerte contra su cuerpo.

Descanso mi frente en el arranque de su cuello, cierro los ojos, me llena su perfume y la tibieza de su piel. Mi susurro es más violento que un grito:

—¡No vuelvas a marcharte! ¡Y si te vas, llévame! Aunque sea para serviros a las dos, incluso mientras os amáis.

—No digas eso, Miriam.

Lo digo como lo siento. Llévame como un perrito, como un collar. O, mejor, márcame con tu tatuaje... No vuelvas a dejarme sola.

—¿Marcarte? –Sonríe, apartándome un poco para que vea su expresión–. Me das una idea: otro sacramento en tu noviciado... Sí, ya tuviste el bautismo y acabamos de hacer confesión general. Ahora mismo... Ven conmigo.

Se levanta decidida y, desconcertada, la sigo por la residencia.

Cruzamos el vestidor hasta entrar en el baño, que ilumina.

—Vas a recibir la confirmación; desnúdate de cintura para arriba... Así... Arrodíllate frente al bidé como en tu bautizo e inclina la cabeza sobre él. Quieta, sin moverte, sin mirar detrás de ti hasta que yo te diga.

Ella queda a mi espalda y oigo un roce de telas: algo hace con su ropa. Se ha quitado el pantalón pues, hasta sus rodillas, veo sus piernas desnudas avanzar una a cada lado del bidé, como un arco sobre mi cabeza.

—Inclínate bien.

Instantes después, sin ver su mano abrir los grifos, un delgado chorro tibio cae sobre mi cráneo y fluye, amarillo pálido, hacia el sumidero del recipiente. Cesa pronto y las piernas se retiran hacia atrás. Inmóvil, espero órdenes.

—Puedes levantarte.
Obedezco y la miro, vestida como antes, sus ojos brillantes, sus pómulos más destacados, el tatuaje más azul y beréber que nunca.

Ya te he marcado; eres mi territorio. Como los jabalíes bajo los cedros en la montaña... ¿Estás contenta?

Me siento consagrada. Bendita seas.

—Dúchate y vístete luego con lo que te dejaré preparado en el vestidor. Luego vas al salón y me esperas allí. Vamos a celebrar tu ceremonia.

Feliz con mi marca, invisible pero indestructible, me pongo bajo la ducha. Luego, en el vestidor, además de unas exquisitas medias, unas bragas y un liguero, encuentro un vestido rojo, con una abertura lateral y un bolso adecuado. A juego, unos zapatos también rojos.

Cuando llego al salón están encendidas todas las luces y veo sobre una mesa un cubo con champán en hielo y dos copas. Estoy excitada por lo ocurrido y por haberme contemplado ante el gran espejo del baño: ¡Qué visión tan distinta de mi negativo aspecto la primera vez!

Me veo atractiva con bonitas piernas y ese tipo casi sin pechos de las 'flappers' en los años veinte.

Me ilusiona gustarle a mi Maestra; que vea cómo he aprovechado las lecciones recibidas de sus amigas.

Por la puerta del despacho aparece Farida con un aspecto inesperado. Vestida de esmoquin, como una Marlene, su pelo –esas sorpresas que suceden aquí– es ahora corto y engominado con raya al lado.

¡Cada vez más adorable!

—Estás muy bien –decide tras contemplarme unos momentos– y ¿sabes lo que he decidido? Ya no eres novicia, sino mi acompañante.
Se acerca al cubo con la botella, la descorcha hábilmente, llena las dos copas y me ofrece una.

—Por Miriam –alza la suya.

—Por su creadora y dueña.

Bebemos.

—Ahora vamos a bailar; veremos lo que has aprendido, para ir otro día al Club.
Maneja el tocadiscos y se desgarra un bandoneón entre violines.

Un tango.

—Señorita...
Me enlaza; me muevo sobre nubes, atento a no defraudarla.

Asombro, ilusión, entusiasmo, vértigo. Su brazo en mi cintura, su mano asiendo la mía, me guían magistralmente. Su cuerpo me toca y se aleja, su calor me traspasa, su aliento en mi cuello, su mejilla incendia la mía, su muslo abre mis piernas, me arrebata la embriaguez... Su muslo entre mis piernas ¿será verdad?...

—Muy bien –me dice muy bajito–; llevarte es una delicia.

Me sofoco de júbilo.

¡Que el momento se eternice!

Giro como ella me manda; me alejo y la reencuentro, doy unos pasos a su lado y me vuelve hacia ella, me estrecha... ¡Seguir, seguir!, pero se acaba, los acordes sonoros son finales. Ella lo detecta y me dobla hacia atrás; no caigo porque me sujeta, me retiene con sus brazos... y entonces, ya sin música, se dobla sobre mí y me besa muy suave en la boca. Tiene entonces que sostenerme en vilo; mis piernas se desmayan. Quedo de rodillas ante su figura bien plantada, triunfal. Me toma la mano para alzarme hasta ella.

Oigo su voz grave, seria; la voz de mi Maestra.

—Esto no será siempre así. Y además, se paga.

—¡Con mi sangre, si quieres!

—No hace falta tanto. Sólo que ahora, por esta noche, te concedo unos pechos con un sostén especial. Ven.

Me lleva al despacho, me baja la cremallera trasera del vestido sacando mis brazos de las mangas y me pone un sostén. Lo especial es que cada copa está rellena con una maraña de estropajo de alambre, como los de acero para el fregadero, pero con algunas puntas sueltas. Me lo ciñe y me vuelve a vestir.

—Un cilicio para tu despedida del noviciado; no te lo quites en toda la noche. Quédate a dormir abajo, en una de las celdas y mañana llévame el desayuno a mi alcoba, puesto que ya la conoces... Espero que estés contenta, pero no te equivoques. Como acompañante aún te esperan pruebas y puedes perderlo todo.

Prepárate.

—Estoy dispuesta.

¡Cómo progreso! Ahora pertenezco a la residencia; soy acompañante de Farida. He pasado de la celda de la primera noche a una habitación en la planta alta, pequeña, casi monacal, justo lo necesario para la sierva que soy de mi señora, pero con una pequeña ventana que me asoma al infinito, a esta luz variante y a sus veladuras, me acerca al desierto con su jaima, tan lejos y tan cerca. Ya no llevo el sosténcilicio, aquella noche me impidió dormir, al menor movimiento unos rasguños, irritaba mis pezones y los excitaba. De todos modos no hubiera dormido, ¡tanto por asimilar desde su llegada!: su historia, mi confirmación, el baile, ¡sobre todo el beso!, en la oscuridad seguía sintiendo sus labios en los míos. Ayer fui un momento a casa por la tarde, en la ermita de papá las sandalias y Liane han perdido importancia puesto que estoy ahora junto a ella en carne y hueso.

En cambio, el cuaderno de papá es mi libro sagrado, siempre revelador: "Con frecuencia él llama a su gacela con el nombre de 'Abi'; es decir, azul o, más exactamente, color de agua. Sí, soy agua y él es cauce que me moldea. Según su momento a veces soy remanso, a veces torrencial, a veces catarata cayendo en sus brazos." Yo también soy según el talante de Farida aunque, ¡ay!, a más distancia que la gacela.

En mi celda me levanto temprano y mi vestir ya es siempre femenino, minifalda y blusa, medias, tacones para acostumbrarme a andar con ellos. Acudo al comedor, pidiendo los desayunos por el telefonillo, el mío bien sencillo, el de mi ama mejor dispuesto, se lo llevo a su alcoba, suele estar ya despierta, pero un día aún dormía, ¡deliciosa en su abandono de sí misma!, yacente escultura de ámbar, el brazo desnudo fuera de la sábana, los cabellos ondeando sobre el hombro, la placidez del rostro... Al inclinarme para despertarla se me derretía el corazón aspirando, con su perfume, su mismísimo aliento y el vaho tibio escapado de su escote... Luego el placer de servirla, ayudarla a sentarse, colocar la batea–mesita sobre sus piernas, untarle las tostadas, oler el fuerte café, negro, y luego retirarlo todo, ayudarla a levantarse, arrodillarme para calzarle sus chinelas, sus pies como palomas en mis manos, sus tobillos, imagino los muslos que el largo camisón oculta siempre deliberadamente, ponerle su bata, ir arreglando sus cosas mientras ella se va al baño, no me admite allí, me destierra, su alcoba está hecha cuando vuelve del vestidor ya arreglada... Esto no es servirla, es complacerme, empiezo a comprender que el amor transforme el dolor, si estas pequeñeces provocan chispas de felicidad... Y aún me queda el placer a solas de lavar las prendas que se ha cambiado, las que han acariciado la víspera su cuerpo y que ponen en mis manos y sentidos su olor y su tibieza. Me lleno además de orgullo: las enfermeras podrán mirarme como a una criada, pero yo soy la Conservadora de sus Prendas, La Vestal de los adornos de su sagrado Cuerpo, la cuidadora de mi diosa.

El curso de mi vida ha entrado así en un remanso apacible y, aunque eso no parece acercarme a Farida tanto como deseo, yo sería feliz si ella lo fuese... pero no lo es. Peor aún, a veces temo ser yo precisamente su problema, pues todo lo demás es satisfactorio, como me consta por mi trabajo en su secretaría y por el ambiente en la Clínica. Ha de haber algo en lo que no acierto, pues en ocasiones me contempla preocupada, o parece a punto de decirme algo que reprime, o de anunciarme una decisión no formulada... De noche, en mi cuarto, me torturo con un completo examen del día en busca de un fallo, pero no adivino en qué puedo disgustarla. Empiezo a tener miedo de que necesite otra escapada, otro desahogo, pero no me lo explico cuando apenas acaba de regresar.

¿Tan poco significa para ella mi presencia a su lado, mi constante devoción?

Anoche en mi insomnio he llorado y lo ha notado en mi cara al llevarle el desayuno.

—¿Has dormido mal? ¿Te ocurre algo?

Lo he negado, quitándole importancia y no ha insistido. Todo ha sido luego una rutina en silencio.

El corazón me dolía. Por fortuna se ha marchado a la Clínica de prisa. ¡Qué tristeza, pensar en ello con alivio!

A mediodía, sirviéndole la comida en el salón, ha volcado el salero con un movimiento brusco.

¡La sal, la ofrenda al huésped!

Su reproche ha sido tan violento y desproporcionado como injusto:

—¿Cómo se te ocurre ponerlo tan cerca de mi plato? Si estás mala o te pasa algo y no puedes atender, quédate en tu cuarto. Iré a visitarte.

—A quien le pasa algo es a ti –respondo mansamente–. Dime, te lo suplico, ¿no estarás pensando en otro viaje?

—No seas estúpida. No es eso.

—Ah, es otra cosa... Si se arregla como con tu Julia, no necesitas viajar. Me tienes a mano.

—¿Cómo?

—Azótame y te desahogarás...

¡Déjame hablar! Si no ¿para qué te sirvo? Al menos azotándome descargarás tu tensión, tus nervios.

—¡Ay, Miriam! ¿Sabes bien lo que pides? No eres masoca.

—No lo hago por egoísmo.

Es... por ti.

Sonríe, al fin, y otra luz asoma en sus ojos.

—Úsame –insisto–, déjame servirte. ¿Es que no soy digna? Me has enseñado que la más alta sumisión es por amor: en mí azotarás carne enamorada.


Me asombra el hondo silencio; algo va a romper. Ella cierra los ojos y se encoge como golpeada. Al abrirlos le brillan desde muy adentro. Intenso el tatuaje, lenta su voz:

—El caso es que tengo que hacerlo.

Comprendo como en un relámpago; ¡el temple de la espada!

—¿Sabes? –continúa– tienes que probarte a ti misma; es ineludible.

Si lo he retrasado es por ti y también, quiero confesártelo, por miedo a equivocarme otra vez. A uno que creí sincero se le empinó el machismo como cola de alacrán y dejó de fingir en cuanto me creyó conquistada.

—¿Crees falsa mi sumisión? –protesto ofendida–. Eres injusta.

Y, si dudas, esas colas se cortan.

Hazlo: te seguiré adorando.

—Nunca. Dejarías de ser mi deseo... Discúlpame.

—Pues entonces tómame, azótame. No dudes más.

—Sí, tenemos que hacerlo. Me voy a la consulta, pero prepárate para cuando vuelva.
¿Prepararme? Ya lo estoy, siempre, para ella. Y aunque mi cuerpo se inquieta, una sólida paz me envuelve como agua en calma, la seguridad de que era eso, de que no he faltado, de que no se marcha, de que voy a superar otra prueba y acercarme a ella. En serena alegría se me pasa el tiempo sin sentir hasta que aparece Farida y se detiene frente a mí, decidido el ademán aunque esquiva la mirada.

—Vamos.

—Gracias, Maestra.

Una sonrisa forzadamente tierna quiere animarme:

—No me las dará tu culito respingón... ¿Asustada?

Contesto siguiéndola ya por el pasillo:

—Sí, pero lo deseo. Sólo me asusta no estar a la altura.

Como papá en Teherán, pienso recordando un texto de su diario: "Si hubo dolor lo borró el ansia de darme a él."

En la sala de aparatos me detiene ante los látigos y azotes.

—¿Cuál elegirías tú?

Me fascina una negra fusta de montar, con contera de plata; dura y flexible a la vez. Una víbora; atrae venenosamente.

Alargo la mano, pero mi dueña ataja el movimiento:

—Ésa es demasiado para una iniciación. Toma algo plano; esto no corta.

Me ofrece una ancha tira de cuero, con mango de madera. Avanza y la sigo entre los aparatos. Me detengo un instante ante el extraño reclinatorio que me llamó la atención el primer día. Se vuelve hacia mí.

—Eso tampoco. El cuerpo queda muy sujeto y absorbe todo el impacto. Te colgaré, pero no aquí. No es un tratamiento, no soy la doctora. Te azotará Farida, tu Maestra. Y además en su terreno, en el desierto.

—Mejor. Es a Farida a quien me doy.

Bajamos la escalera al subterráneo y abre la puertecilla metálica. Ser portadora del azote de cuero me hace verme Isaac en la lámina del colegio: el adolescente cargado con la leña sobre la que arderá su cuerpo sacrificado por Abraham. Yo también voy a arder, pienso. No, ya soy ardor. Angustia temerosa y exaltada decisión.

Ante la jaima levanta ella el cierre de la puerta y me detiene allí mismo, junto a uno de los postes de sustentación. Sujeta en alto la colgadura para tener luz exterior, que deja en penumbra el fondo. Me mira; sin cólera ni triunfo en sus ojos; sólo una intensa gravedad. Me ordena desnudarme: fuera todo. Las prendas van cayendo en montón. Mientras tanto, se ha hecho con una cuerda.

—Junta tus muñecas... Así.

Las ata con destreza. Pasa el extremo de la cuerda por encima de una viga travesera y, tirando de él, obliga a alzarse a mis brazos hasta estirarme vertical, con precario apoyo de los dedos de los pies, que pronto se hace penoso.

Afianza la cuerda y se adentra en la parte privada de la tienda, aislada por la cortina divisoria.

Siento la desnudez de mi piel, el atirantamiento de mi carne, los olores de la tierra reseca fuera y de las especias y alfombras dentro.

Reaparece descalza, vestida con una fina blusa negra sin mangas y una falda estampada de amplísimo vuelo, con un grueso cordón rojo en la cintura. Ondula a su espalda la larga cabellera. Coloca plano, frente a mis labios, el azote de cuero.

—Bésalo. Te va a besar.

—Beso tu voluntad, mi ama.

Se coloca a mi espalda.

—Contarás los golpes tú misma, uno tras otro. Si te equivocas volveré a empezar. Quiero que te concentres.

No contesto. No ocurre nada.

Aguardo con ansiedad insoportable.

¿Seré capaz? ¿Resistiré?

El golpe aplasta mi nalga derecha. Un chasquido como un aplauso, un dolor impulsándome hacia delante cuanto permite mi sujeción a lo alto. Luego un escozor candente.

—Uno –cuento–. Gracias, señora.

Aún hablo cuando el zarpazo cae en la otra nalga más seco, más enérgico. Lo cuento y sigue otro y cuento y cuento y cuento. Los intervalos varían, los golpes estallan a destiempo; no cabe prepararse. A veces la demora es mayor y todas mis sensaciones se concentran en mi culo, globo de escozor ardiente. De pronto un cambio: el cuero hiere un muslo.

—No encojas las piernas y ábrelas –ordena mientras aparece frente a mí. Me golpea la cara interior de los muslos y se me revelan cálidos y muy sensibles. Por encima del dolor la admiro hermosísima: su negro pelo flotando de un hombro a otro con sus movimientos, la curva del brazo desnudo elegante en su violencia, el escote mostrando al inclinarse el valle entre las dos colinas de ámbar. Sorprende mi mirada en ellas y su sonrisa desnuda los blanquísimos dientes felinos; una sonrisa, sin embargo, que me asombra por teñida de tristeza Pero no estoy para apreciar matices tras el duro correazo cruzando mi pecho en un sentido y luego en un revés, tras el cual cesan los golpes y ella desaparece a mi espalda.

Un intervalo más largo, durante el cual otras zonas de mi cuerpo ya se resienten, envolviéndome el torso y los muslos en escozores ardorosos, punzadas, carnes maceradas.

Por eso la pausa no es ningún descanso, aunque de algún modo mi padecer coexiste con la exaltación orgullosa de soportarlo, de ser mártir de mi diosa, aunque mi voz vaya enronqueciendo y alguna vez el cómputo haya sido cortado por un golpe demasiado rápido. Me duele además su silencio; me gustaría oírla desahogarse también de palabra, insultarme, despreciarme, proclamar su triunfo sometiéndome: no entiendo su seria gravedad, casi impasible. ¿Es que no soy buena víctima?... Sin embargo mis rodillas flaquean, si no estuviera colgada me derrumbaría; sólo mi atadura me mantiene en pie... Basta de cavilar; se reanudan los golpes y me encienden como espuelas en ijar; se exalta mi sangre, este dolor reiterado se hace costumbre, se diluye en la masa de dolor ya acumulada, no añade más a la saturación recibida, como si hubiese un límite. La aceleración de mi sangre se torna excitante. Así, cuando ella reaparece ante mis ojos, llameante el negro abismo de su pelo, encendido su tatuaje, desnudos sus hombros y sus brazos, la agitación de su pecho, el olor fogoso de su cuerpo, componen una visión que me arrebata y comprendo que sus ojos no muestren júbilo porque no contemplan a una vencida.

Mi éxtasis de San Sebastián inflama mi sexo, que se yergue imantado hacia ella. Me lo castiga con un revés de correa, no violento pero sí efectivo.

—¿Quién te ha dado permiso?

¿Cómo te atreves?

Su voz, casi alarmada, me hiela más que si hubiera sonado furiosa Mi miembro desfallece.

—Así está bien; obediente.

Me contempla, pero la siento insegura y provoca mi inseguridad.

¿Qué podré hacer, si es que no he servido? ¿No he dado bastante juego a su desahogo? Mi temor a ello supera todas mis sensaciones...

Ella deja caer el azote y parece a punto de desatarme, pero vacila. Me mira; flota entre ambos un espacio lentísimo... de repente, impulsiva, cierra los ojos, junta su cuerpo al mío aplastando sus pechos contra mi torso, me rodea con sus brazos y planta sus labios sobre mi boca en un beso feroz, agonioso, indecible...

... Un pasmo cósmico me deja vacío, absorbido todo mi ser por esa boca devoradora. Pero pronto, de golpe, estalla en mi pecho un big–bang, un volcán absoluto, un frenesí de larva hirviente por mis venas... Todo mi cuerpo se agolpa en mi boca, donde sus labios y su lengua y sus dientes me invaden, me mordisquean, me gozan, me electrizan, me poseen... Cierro los ojos: no hay más mundo que ese beso y mi ser volcado en él. Aquella mujer que halló el cuerpo de Sebastián asaeteado: ¡Así lo resucitó, ahora comprendo!

El instante es eterno, pero acaba. Ella se desprende y, jadeante, me mira: ¡Qué fulgor en sus ojos! Y yo ¿cómo no tengo una erección gigante? ¿Cómo es posible?... ¡Tonta de mí!: Estoy más allá, he roto una barrera. Todo mi cuerpo está encendido, tembloroso, ardiente, es más que un deseo carnal: es una pasión letal; naciente y exasperada. Y me asombro de mí mismo, bajo su lúcida mirada que todo lo sabe, porque jamás alcancé antes la pasión y había desistido de sentirla: la pasión de verdad por la que se mata y se muere, la de las grandes tragedias, los heroísmos, los tormentos y las catástrofes humanas. La pasión: más exigente que la sumisión adorante, más aún que la obsesión insomne.

La pasión, dolorosa y deseable hoguera de la vida.

A ella he llegado por fin y, así como el torrente rompe el dique, mi emoción se derrama por mis ojos. Farida, con dedos tiernísimos, me limpia esas lágrimas sobre mis mejillas.

Ahora sí, afloja mis cuerdas y mis manos atadas descienden. No me desplomo gracias a que me sujeta entre sus brazos y me lleva hasta la alfombra, donde me deja tendida.
Me siento como el Cristo de una Pietá. Mi cuerpo se reconstruye de la conmoción:
vuelven a escocer mis nalgas, mis muslos, las sendas recorridas por el azote. Empieza a desatarme.

—¿Te duelen las muñecas?

—Me duele la violencia en adorarte.

—¡Miriam, Miriam! –¡qué tierna su voz!–. Has recibido muy bien... ¿Te dolió mucho?
—Sólo al principio; los últimos golpes ya casi nada. Y dados por ti sabían a caricia.
—Traspasaste el umbral, entonces, asumiste el dolor... Entre la dominante y la sumisa el sexo conecta más con la imaginación que con la biología. Supera la carne, salta sobre ella.

Y ahora además, pienso, he saltado la barrera. Vivo apasionada.

Un rugido en mi garganta... ¿Rugido yo? ¡Si nunca fui capaz! O acaso un estertor, pero es igual.

—¡Vuelve a azotarme y bésame otra vez! ¡Por piedad!

—No podría... ¿No comprendes? Para mí también ha sido agotador. Lo comprobarás cuando azotes tú, porque lo harás... y tampoco podrías tú ahora; estás temblorosa, dolorida... ¿Me habré pasado?

—¿Es que no lo harás más? –me angustio–. ¡Si ese beso fue único, mátame ahora mismo!
Otra vez el estertor rugiente.

Ardo y agonizo a la vez. Su boca se acerca a mi oído:

—Que no se entere Miriam, pero apenas estamos empezando.

Me hace darme la vuelta y quedo tendida boca abajo.

—No te muevas.

Obedezco. Además mis dolores se reavivan y no me animan a moverme. No he oído sus pasos sobre la alfombra, pero su mano roza mis nalgas como una pluma. Pronto siento una balsámica suavidad que ella extiende con dulzura sobre mi piel irritada.

Al irme reconstruyendo vuelve mi temerosa duda:

—Dime la verdad ¿te he servido bien?

—¿Cómo se te ocurre dudarlo?

—A veces, al azotarme, parecías triste... Me creí insuficiente.

Me vuelve de costado para que yo pueda ver la ternura de su rostro.

—Ya te he dicho por qué duele.

Pero no podía evitarse: para hacerte, para probarte a ti misma.

Y me decidió finalmente tu ofrenda de ti misma, tu adoración. Pero duele azotar por amor: atando tus muñecas ya me angustiaba el dolor que te aguardaba... Sólo me sentí airada un momento, cuando tu erección sin permiso, pero fue por mi pasado y mi obsesión, lo mismo que cuando me sorprendiste en aquel probador de la tienda... Te he azotado con amor. Amor a mi manera, eso sí. No lo olvides porque necesito estar segura de ti.

—¿Qué más pruebas necesitas? –estallo, violenta.

No quiero arriesgarme: otro desengaño, no. Y menos aún viniendo de ti, que eres quien me ha llegado más adentro. El único y quizás el último, de quien espero el sueño de mi vida. Cuando conozcas mi historia me comprenderás.

—Entonces, nuestra vida ahora, la nuestra juntas... –exclamo desesperada– ¿acaso no es nada?

Me mira seria, convincente:

—Es mucho más que con nadie.

Ni el que más traicionó mi confianza logró tanto de mí como tú.

Mi pasión no se conforma.

—Maestra, señora, ¿qué soy para ti?

Se inclina hasta que su frente toca la alfombra junto a mí. Nuestras mejillas se besan como en el tango de mi confirmación. Sus labios susurran en mi oreja, estremeciéndome:

—Antes eras mi ilusión increíble: ahora, mi esperanza posible.

¿Es que no escuchaste por qué te azoté? ¡Dilo!

Vacilo, me parece imposible haberlo oído.

—¡Vamos! Dilo claro. ¿O crees que te miento?

Eso es más imposible aún. Confieso:

—Por amor, dijiste... Pero a mí, ¿por qué? ¿Qué puedo darte?

—¡Tonta! Lo que eres sin saberlo: un hombre muy mujer. Y el triunfo de ser yo quien te hace serlo. Te adiviné ya en Toledo: un manantial soterrado, me dije. A veces la caravana llega al palmeral de aguada y encuentra el pozo seco, pero el nómada experto descubre el agua bajo esa arena. Te he revelado tu género, tu identidad, y has tenido el valor de asumirlo; más valor que el de los jactanciosos machos, avasallando mujeres porque el sistema se lo da hecho... No volveré a explicártelo: acéptalo.

¿Aceptarlo? ¡Beberlo con ansia, asimilármelo, embriagarme con mi pasión! Rumio las palabras de su declaración mientras la oigo moverse y escucho tintineo de teteras y vasos. Su andar descalza es más felino que nunca, su cuerpo más ondulante, sus largos cabellos flamean como una bandera, medio enredados por su agitación cuando me azotaba, su falda flotante gira y la envuelve con gracia...

Pronto me llega, en medio de mi admiración, el perfume del té.

Ella ha levantado la cubierta de una de las ventanitas, dando paso a una luz rosa y dorada. Se arrodilla en la alfombra frente a mí, dejando la bandeja entre ambos.
Llena dos vasos humeantes y me ofrece uno. Sorbemos la caliente bebida con su aroma de menta; me conforta.

—Déjame ayudarte.

Entre sorbo y sorbo empieza a vestirme, impidiéndome hacerlo yo misma, con toda la delicadeza exigida por mis doloridas carnes. Su expresión es feliz; sus gestos son mimosos: es una niñita vistiendo a su muñeca. Así me cuidaba mi madre, durante mis catarros infantiles. Me ha puesto mi blusa y luego mis bragas: han sido lo más penoso.

Luego la falda, dejándome sentada; ya no me duele tanto mi culito respingón. Me pone mis medias y las estira. Me calza.


—Ya está arreglada mi sumisa –sonríe satisfecha–. Una verdadera mujercita...

¿Sabes? –abrazándome–. Quedo en deuda contigo.

—¡Deudora tú de mí! ¿Qué inventas? ¡Si te lo debo todo!

—Deudora. Tú acabas de cruzar una barrera, pero yo también. Venía retrasando esto porque me asustaba el compromiso, aunque tenía ansia de superarlo: gracias a ti ya está. Y además, me dejas admirada.

Tuviste que insistir. ¿Cómo reuniste tanto coraje?

Sonrío, humilde.

—Lo confieso, yo también me sorprendía porque no soy audaz.

Pero por ti, por animarte yo haría... Todo; ya lo sabes...

—Pues ahora, para que te animes tú vas a dar otro paso, otro sacramento: una comunión especial. La beberás en mi propio cáliz... ¿Te acercarás devotamente?

—¿Acercarme a mi diosa? ¡Con pasión absoluta!

—Temo tus excesos; aún has de andar más camino... No sé si vendarte los ojos;
recuerdo cómo te alteró la visión de mi muslo en esta jaima.

—¡Oh, señora, compréndeme!

Esa visión me perseguía toda mi vida... Ahora sólo te obedeceré.

Soy tuya.

—Todavía no; aún no hemos llegado a eso. Lo serás cuando te haya tomado de verdad.

—Tómame ahora, si quieres.

—No sabes lo que dices; es otro sacramento. Se celebra bajo el cetro que yo heredé de la Gran Maestra, mi iniciadora en París, ya sabes. Ahora será tu comunión y no voy a vendarte: la recibirás en tinieblas.

La idea de cumplir un rito más hacia ella me excita y su visible animación me dispone a lo que sea, con apasionado fervor. Retira la bandeja con los vasos y la tetera ya vacía y se deja caer de espaldas sobre la alfombra. Separa las piernas, doblándolas dentro del amplísimo vuelo de la falda, que forma como una tienda de una rodilla a otra y sólo deja asomar los pies.

—¡Tiéndete ahí enfrente, boca abajo; vendrás a mí arrastrándote! –ordena la voz risueña, tocada de emoción.

—Es lo que merezco.

—Así te quiero, una buena devota...
Ahora levanta mi falda justo lo imprescindible para meter tu cabeza entre mis pies y penetra hacia mí por esa oscura caverna. A medida que avances arrastrándote, despacio y a oscuras, adora todo lo que encuentres, busca el Santo Grial... ¡Imagínate un hurón cazando un gazapillo en su conejera!...

¡Cómo galopa mi corazón! Ya nada me duele. Antes de adentrarme beso los deditos de cada pie, los empeines, esas joyas de carne que he tenido en mis manos al calzarlos, pero nunca desnudos en mis labios. Luego me adentro hasta el cuello en la caverna sagrada, donde el olor lanero de la alfombra junto a mi nariz se mezcla con otro aroma animal y humano a la vez, más espeso y silvestre.

Avanzo despacio besando piernas arriba, pasando de una a otra.

Acaricio las rodillas excitado ya en el umbral de mi obsesión de siempre, desde Liane y el Palace hasta la revelación reciente en la jaima: las columnas sagradas, los muslos adorados, su poderío a mi alcance... Casi se suspende mi aliento y en seguida se aceleran mi respiración y mi pulso... Apoyado en los codos mis manos acarician los prodigios, arrebatándome de placer; desembarcan en sus playas suavísimas, redondas, tibias; recorren sus contornos, se desmayan en ellas... No las veo pero me ciegan; por fin llegué a esas penínsulas venturosas... Ya no son visiones fugaces sino la realidad misma en carne inmortal, donde mi lengua y mis labios se suman a mis dedos para descubrir y gozar reverentes.

En ese mi destino de siempre podría eternizarme pero me llama adentro una nueva fragancia vigorosa y femenina, que llena mi cabeza como el perfume marino de la espuma en las rompientes de los acantilados... Avanzo, mis sienes se encajan entre ambos muslos, pero la dulcísima tenaza se abre ampliamente y mi boca toca el Santo Grial, donde el hurón alcanza al gazapillo... Mi pasión casi nubla mi conciencia cuando mi nariz se hunde en el rizado vello y mis labios besan esos otros labios y mi lengua los recorre golosamente y titila sobre el erecto botón hallado en la juntura... Desde fuera me acicatean suspiros; mis dientes mordisquean cautelosos, mis labios chupan y liban... El perfume se hace sabor salado en mi boca, un lujo de ostra y erizo de mar, un elixir vital... Me multiplico en ese vértice palpitante mientras mis manos acarician el arranque poderoso de los muslos; me consagro al placer de ese cáliz cuyo dichoso oficiante soy: chupo, sorbo, lamo, mordisqueo, devoro... Afuera los gemidos crecen, suenan murmullos, palabras irreconocibles; aquí dentro mi boca provoca agitaciones, un seísmo alborota la carne feliz, una crecida de néctar mana del cráter, bebo la esencia de ese cáliz ávidamente...

Los pies sobrepasados allá lejos talonean mis nalgas a estilo de jinete, renovando el dolor sublimado de mis azotes; los muslos oprimen mis mejillas cabalgándome y me sacude entero un paroxismo febril en el que naufrago... Al fin, como un resorte roto, esos muslos se abren, las piernas se tienden a uno y otro lado de mi cuerpo y, a través de la tela, una mano se posa en mi cabeza. Comprendo el mensaje, repto hacia atrás y salgo del santuario...

Afuera, tras acostumbrarme a la luz, admiro a Farida extática, la cabeza desmayada, la boca entreabierta, los ojos absortos y el pecho palpitante. Al fin se fija en mí y me concede una sonrisa celestial. Siempre reptando acerco mi rostro hasta su cintura:

—No tengo palabras, diosa mía.

—¿Estás bien?

—¡En estado de gracia!

Sonríe. Su voz es lánguida, pero persuasiva:

—Acabas de vivir mucho: ¡ahonda en ello!... Y ahora déjame; yo también voy a revivirlo... Pero toma. ¡Y recuerda: a ninguna otra persona he dado nunca lo que te llevas ahora!

Deja en mi mano un diminuto objeto y yo beso la suya. Bajando la escalerilla al subterráneo noto mi entrepierna mojada y viscosa: me he corrido en mis bragas sin darme cuenta, como las niñas de primera comunión que se hacían pipí... Es la arrebatada violencia de la pasión, mucho más alta que el deseo: la vive todo el ser y no solamente el sexo.

Evoco amaneceres juveniles tras poluciones nocturnas que me dejaban confuso: ocultárselo a mamá. Ahora ella lo sabrá, se lo diré, no quiero ocultarle nada. Y además estoy orgulloso de mi pasión al fin: ¡La gritaría a todos los vientos!


La cerrada puertecita de hierro me detiene, pero reparo en el pequeño objeto recibido. Es justamente la llave que la abre. ¡Y no la ha dado antes a nadie!... Ardo en la más alta cima de la vida.

Mientras arreglo el despacho de Farida miro casualmente por la ventana y veo detenerse el tranvía ante nuestra cancela del jardín.

Me sorprendo, pues los clientes acceden a las consultas por la puerta de la fachada principal, y me asombra más aún ver a la persona que se apea, antes de que el vehículo reanude su marcha. Es un tipo extraño, pero no da la impresión de un paciente despistado... De pronto me echo a reír: es mi tío Juan; sin duda viene a verme. Está igual que en Ras–Marif y que en nuestro pasado encuentro, con su guardapolvo y su gran sombrero de paja protegiéndole la calva.

Con un alegre saludo me acerco a él. Nos abrazamos. Se aparta y se aleja un poco, para contemplarme de pies a cabeza. Sus ojos me aprueban, cariñosos.

—¿Me reconoces así, tito?

—Por supuesto... Claro que ya lo sabía, pero no es lo mismo que verte... ¡Estás muy bien!

Le invito a entrar pero él prefiere que hablemos bajo el pino donde me situé por primera vez con el ramo de flores cogido para mi ama. No necesito explicarle que ahora soy Miriam y sólo le pregunto cómo lo sabe.

—Mujer, aquí se sabe todo.

—¿No te choca el cambio de quien era tu sobrino?

—¿Te da reparo tu aspecto? –inquiere extrañado.

—¡No! –proclamo–. Pero prefiero que no te lo dé a ti. Eres el primero que me ve así, de todas mis personas queridas.

—¿No te han visto tus padres?

—Antes. Así no.

Piensa un momento, como sorprendido. Pero no lo comenta.

—A mí no me choca. Haces bien; es tu vida y no dañas a nadie. Ahora tienes libertad para ser tú misma. ¡Te felicito!

—¿Felicitarme? ¿Tanto como eso, tito? ¡Me alegro!

—Y también por tu comunión.

La primera; pues no será la única.

Le abrazo jubiloso. También sabe eso.

—Y te aseguro una cosa: ningún hombre ha llegado tan lejos con ella. Ni su marido, ni el amante que tuvo.

—¿Será posible? –pregunto conmovido. Pero no puedo dudar de quien cada vez se me aparece más dotado de sabiduría y hasta lleno de adivinación. No me sorprende en él, y mucho menos aquí en estas Afueras transparentes.

—Como lo oyes. El marido, que la acompañó aquel año en tu casa, sin duda se lo hubiera permitido; pero sus creencias lo hacían impensable para él, y su blandura le impedía forzarla a nada...

Siento un febril impulso de abrazarle, soltar una cascada de palabras, decir en alta voz lo que rumio todo el día... Pero eso es mi tesoro; mejor no derramarlo.
¡Salvo si es junto a ella!

—Sí, me sentí feliz... No me explico cómo fue posible.

—Porque no te haces cargo de lo que eres: un hallazgo único.

Ella es una media naranja muy difícil y tú eres su otra media de verdad. No eres sólo una sumisa, sino lo que ella ansía por encima de todo: una sumisa viril. ¿No lo comprendes? Ella no podría jamás entregarse sin llevar las riendas... Por eso has llegado donde nadie antes.

—¿Por qué dice entonces que aún no está segura, que todavía no quiere tomarme? –me quejo rápida–.

¡Y yo me muero porque me tome y me use!... Se me está negando...

—Todo gran deseo tiene una gran espera. Negarse nace a veces de la misma violencia del deseo.

—¿Tú crees? –me ilusiono, deseando creer que en ella pueda haber tanta pasión como en mí. ¿Será así?

—Tenemos una prueba en la familia. Ya te conté cómo fue la vida de tu tía Luisa con su marido.

—Sí, y me dolió, creyéndola muy desgraciada. Pero me aseguraste que sucedió lo contrario.

—En efecto, fue muy feliz: Vivió la vida que quería. Cuando surgió aquel pretendiente yo decidí influir en favor de la boda, contra la opinión de todos. La alternativa era morirse en Ras–Marif amarrada a la máquina de coser y nunca me arrepentí. Él y ella se necesitaban mutuamente. La prueba: él había tenido otras mujeres y ninguna le duró mucho; en cambio, con Luisa vivió años, hasta el final... Te han contado la muerte de ella pero ¿sabes cómo acabó él?

Días después del entierro de Luisa acudió solo al cementerio, se plantó frente al montón de tierra donde aún no había podido colocarse la lápida encargada, se metió en la boca su revólver de reglamento y se disparó un tiro. ¿Necesidad de la víctima? ¿Sensación de acabamiento? ¿Acaso descubrir que había amado a su manera, sin saberlo?


¡El amor tiene tantas encarnaciones!... Tú mismo transformada en Miriam, ¿no es fuerte amor?

—Y sin embargo, Farida no está segura... Pero lo mío es diferente, tito. Lo mío es hacerme quien de verdad soy. Ella me explicó lo del género sobre el sexo, me reveló mi identidad... mi amor surgió después.

La sonrisa de mi tío es provocante:

—¿Eso crees? ¿Acaso no sentiste nada allá en Toledo, ni en el hotel Palace?

Reflexiono.

—Quizás tengas razón, pero da igual. Lo importante es que Miriam no duda ni de su género ni de su amor. Si soy entonces como me desea ¿por qué no me acepta de una vez? Dice que me quiere, que me azotó por amor, pero me tiene a distancia y vivo desatinado, como Tántalo: ella a mi vista pero no a mi alcance... Me trata como mi madre: también decía quererme y me hizo desgraciado.

—Tu madre quería que fueses lo que ella quiso ser.

—¡Si no me dejaba! ¡Si yo me ponía sus zapatos y jugaba con su ropa por adoración, por imitarla, para ser como ella!

—No me entiendes. Ella no quería que fueses igual, sino contrario: lo que ella no pudo alcanzar. Ella hubiera dado todo por ser un hombre. En términos de Farida, su género era viril, como el de su admirada Eberhardt. Tenía pensamiento audaz y talento literario, pero eso entonces más bien perjudicaba a la mujer, asustando a los pretendientes, sobre todo en el ambiente militarizado y colonial del Norte africano. Esperó algún tiempo que las relaciones oficiales de tu padre ayudaran a su despegue para volar luego con sus propias alas, pero el aire de aquel medio era demasiado empobrecido. Hubo de resignarse al fracaso y por eso quería que fueses hombre, uno de los opresores, no de las vencidas.

No podía soportar al macho... Mira, como tu Farida: se comprenderían bien las dos.
Sus palabras finales me dejan impresionada. Evoco vivamente la visita de Farida a mi casa, su enfrentamiento al retrato de mi madre en la sala, aquel hueco en el tiempo en que, estoy ahora seguro, ambas dialogaron: "Se entendieron", como ha dicho mi tío. ¡Y el resultado: aquel sueño, danzando ambas enlazadas el 'Vals triste' de Sibelius! Sí, una nueva luz; todo encaja.

Todo encaja menos algo. Esa frase que me ha dolido porque no la veo verificarse:

—Mi Farida, dices... ¡No te burles de mí!

—No me burlo, querida mía. Tu Farida, aunque no sea tuya, porque no es de ningún otro ni otra, ni puede serlo y ella lo sabe. ¿No se te ocurre que tenga sus motivos para no aceptar a un hombre, aunque te identifiques con tu vestir de ahora y te entregues a sus azotes y a su voluntad?

—Ha aludido a una historia pasada, pero ni siquiera me la confía.

—Yo la conozco.

Se abren mis ojos, mis oídos, mi mente. Mi actitud le exige hablar.

—Lo supe en aquel mismo viaje a la Kabylia causado por la muerte de Luisa. La historia era muy conocida en Fort–National, por la personalidad de su difunto abuelo, Si Mojtar, un tipo impresionante... Yo llegué a verle a caballo, en época anterior, cuando estuve unos meses destacado durante mi servicio militar... Verás, muerto ya aquel abuelo, un poderoso miembro de la etnia vecina la pidió en matrimonio al nuevo jefe de la familia, el tío de Farida. Ella se resistía: habitaba ya en Argel con su madre cristiana, iba a la universidad y vivía a la europea. El tío, más débil que el abuelo, no consiguió obligarla y la etnia no quería problemas con la administración francesa cuya ley amparaba a la muchacha. El pretendiente lo hizo cuestión de prestigio y ofreció una dote magnífica con garantías de libertad personal dentro de los usos tradicionales, pero fue inútil. Entonces desistió y pareció resignarse, pero dos años después, en un viaje de Farida a su tierra, el pretendiente desairado la raptó y la violó. En principio el hecho hubiera provocado una lucha entre etnias, pero la propia Farida y su madre se habían descastado por su rebeldía a su jefe.

Gracias a eso el ofensor salió del paso con un tributo, recuperando además su prestigio en el país.

Los parientes de Farida aceptaron el pacto, pero meses después el violador murió de un disparo de fusil cuando cabalgaba por el bosque camino de su casa, sin que se encontrase nunca al tirador. La gente en Fort–National susurraba que fue la propia Farida.

¡Qué torbellino de ideas en mi cabeza! Todas para darle a ella lo máximo. Echar a correr ahora mismo en su busca, ofrecerle toda mi sangre en desagravio, ¡qué sé yo!...

Niñerías, pero fruto de mi sacudida al escuchar la historia que, sobre todo, pone mi pasión al rojo: comprenderla hasta su fibra más íntima, quererla más que nunca. Y, en fin, ofrecerle lo más difícil, lo casi imposible en mi ardor: mi paciencia esperándola... Me doy cuenta de que mi tío sigue hablándome.

Te decía, simplemente, que perseveres, que no lo eches todo a rodar por impaciencia. Cuando ella te parezca sin razón, piensa que la historia vital no se mueve por razones sino por emociones... Te quiero mucho ¿sabes? y me gusta verme en ti.

Le pediría que aclarase esas palabras sibilinas pero, desde nuestro banco, oigo llegar el Buick. Me levanto, voy hacia la puerta, recibiendo a Farida que se apea, y me vuelvo para presentarle a mi tío, pero ya no hay nadie en el jardín. La alivio del peso de su cartera y la sigo hacia la casa.

Por la noche en mi celda, vuelvo a estas últimas palabras. Tras ellas hay sin duda otra historia, la de ese tito Juan que en mi infancia amé por su bondad y su ternura, pero descartándolo como un vencido abúlico que perdía el tiempo en el cafetín moruno. Ha hecho falta ahora, mucho después, toda la transparencia con que vivimos en Las Afueras para descubrir su peligrosa internada hacia el Rogui y su superioridad sobre el resto de la familia en realismo y buen juicio. Su sabiduría sigue el consejo de Arjuna en el Baghavad–Gita: actuar como es debido sin ligarse al resultado. Pero la revelación trascendental, la que ilumina mi insomnio con rojizos resplandores es la traumática historia de Farida. Ahora se me aparece tan en alto sobre mí que la consideraría imposible si no fuera porque, al mismo tiempo, mi avivada pasión me ensalza. Tendido en mi cama, en la oscuridad de mi celda, la veo apostada junto a un camino boscoso, poniendo a cierto jinete en el punto de mira de su fusil; la veo apretando el gatillo y lamentando que esa muerte no pueda ser más lenta y dolorosa. ¡Farida, Farida!

Tu nombre es ahora sin más, mi letanía. No necesito añadir nada.


No puedo remediarlo: estos días en que toca cuidar sus cabellos tardo en peinarla todo lo que puedo; mi adoración convierte la tarea en un rito. ¡Qué voluptuosidad encuentran mis manos en esa brillante negrura que me acaricia ondulando como oscuro arroyuelo! ¡Y su olor embriagante, almizclado y agreste, unido al de la piel de cuello y hombros! Paso despacio el peine, recuerdo que esos cabellos se desmelenaron al golpearme y tomo conciencia de que ella confía tanto esplendor a su nueva Miriam, a la que se entregó al azote y ahora la sirve en apasionado silencio. Y veo en el espejo, al mismo tiempo, el adorado rostro con el tatuaje que yo aspiro a ostentar algún día como perenne señal de ser suya...

Cuando termino, un suntuoso manto de negro terciopelo cae sobre su espalda: ella misma se lo ata con un simple lazo, alzando para ello sus brazos al juntar las manos en su nuca. ¡Qué exquisita figura de tanagra en el espejo; qué esfuerzo necesito para no cerrar mis brazos sobre su pecho y besarla! Mi sumisión apasionada convierte en actos eróticos todos mis servicios, hasta las tareas menores y más rutinarias.


Ahora resultan incluso más gratas, precisamente porque no son las únicas, sino que se intercalan entre otras muchas convivencias con mi ama, mi amor, ¡qué poco difiere una palabra de la otra! Salvo en la Clínica, requiere mi presencia casi constantemente, en las comidas, en su despacho, usándome como secretaria, debatiendo conmigo algunas cuestiones, aleccionándome en muchas más... Tengo la prueba de mi nueva situación junto a ella en ese Toisón de Oro pendiente de mi pecho: la llavecita de la puerta metálica de la entrada a su desierto. La gané colgada de la viga en la jaima, ofrecido mi cuerpo enamorado y fue el mejor recuerdo de mi comunión ¡Gloriosa, marcadora ceremonia! Los muslos ansiados toda mi vida apresaron convulsos mis mejillas con su tibia seda, su elástica firmeza, su poderío. No me has permitido verlos para adorarlos, Farida, ni siquiera al ayudarte en tu alcoba cada mañana, y esa ocultación me ha estado doliendo hasta que, al conocer tu pasado de víctima violentada, he comprendido tu herida y tu cerrada defensa contra los humillantes violadores legales de la mujer. Ya no hay malentendidos, ya has dado incluso a mi carne el temple de la espada, ya te has convencido de que soy como tú me deseas y que puedes tomarme como un fruto maduro, cultivado por ti. Por eso me tienes ahora aguardando con ansia temblorosa la prueba hace tiempo anunciada y que por fin anoche me fijaste para hoy: el ritual del Cetro de tu Gran Maestra...

¡Bienvenido sea! Todo lo acepto, pues vivo en la esperanza. Tras haber pasado ya bajo el látigo me identifico contigo –¡culpable, osada delicia!– imaginándote atada tú también y flagelada por tu amiga. Por ese camino amoroso del dolor hacia el placer te alcanzaré mejor, el seguido por los disciplinantes para acercarse a su dios.

Pero es mi diosa quien se acerca a mí ahora mismo. Aparece arrogante, estatuaria, la oscura cascada de su cabellera perdiéndose tras sus hombros. Me intimida a pesar de su sonrisa, su mirada afectuosa, su voz tierna.

—¿Estás dispuesta?

—Soy tuya. Tómame.

—Voy a poseerte
. ¿Sabes por qué no lo hice antes, cuando me lo pedías? Porque no podía. Hace tiempo me juré por este orgullo –se toca su tatuaje– no volver a ser de ningún hombre.

Me lanzo. Ahora o nunca.

—¿Acaso no soy aún bastante mujer? ¡Un hombre muy mujer! Así me definiste. ¿No te basta mi género ni mi conducta? ¡Móntame, amazona! ¡Hazte conmigo una mujer muy hombre!

—Amazona, sí; pero has de hacer algo más; recibir en tu carne lo que hacéis recibir a las mujeres. El último escalón hacia la degradación entre los tuyos; el más alto en tu ascenso hacia tu femineidad y hacia mí. Me sentirás dentro de ti como la hembra siente al macho... si aceptas.

—¿Lo dudas? ¿Qué hablas de degradación? Mi dignidad está en vivir como quien soy y quien soy es ante todo amarte, ser tuya. Tus azotes, dolor en otros, me dieron placer. Ahora me ofreces el orgullo de ser tuya hasta en mis entrañas... ¡Sí, ábreme, poséeme, desgárrame! Quiero sentirme bajo tu poderío sexual, pasiva para tus jadeos y tu goce de ti... Incluso aunque luego me desprecies.

—Eso no. No te abrirá mi desprecio sino mi amor. Alguna vez violé a otros, pero jamás enamorada. Al contrario, con vengativa ira y con jactancia profesional; jamás con amor, repito... Te lo juro: por amor será mi primera vez.

Su beso es como el que me gané colgada y azotada; arde mi pasión como entonces.


—También será para mí la primera. Poseerás a una virgen, como tú te mereces.


—Entonces no esperemos más.

Vamos a nuestra capilla.

Cogida de su mano soy llevada hasta el vestidor. Escoge para mí unas medias, un liguero y una túnica corta muy sencilla, todo en blanco, lo mismo que las sandalias.
—Nada de bragas; te van a durar poco –comenta risueña, saliendo del cuarto y dejándome sola–. En todo caso serían rojas, color del sacrificio.

El de Isaac, pues la palabra me recuerda mi obsesiva estampa.

Me imagino arrodillada, doblado el torso; ella, el sacrificador, alzará el arma para asestar el golpe.

Pero ¿qué arma?

En ese instante reaparece llevando en la mano el alargado estuche que más de una vez me había llamado la atención en su alcoba y que nunca me atreví a abrir. Lo deja sobre la mesita y, en silencio, la veo escoger su atuendo: una falda corta de cuero, sangrientamente roja, ceñida por un ancho cinturón negro, medias autosujetas negras también, muy largas, zapatos de alto tacón y un breve chaleco como de vaquero en cuero negro sujeto por delante sobre sus pechos.

Me ordena pasar al baño para vestirme allí. Ella lo hará en el vestidor. Como siempre, me oculta su desnudo.

Entro en el recinto de agua, luz y espejos que hemos convertido en capilla para mis sacramentos.

Me arreglo rápidamente y espero.

Ella aparece majestuosa, con el estuche en la mano.

—Estás bien –aprueba–. En Kabylia yo tendría que depilarte el pubis, como a todas las novias, pero no quiero esperar.

—Yo tampoco.

—¿Tienes miedo?

—Como una novia. Pero también ilusión. Y violento deseo.

—Mientras se llena el baño te mostraré a tu señor.

El arma. Abre el estuche y extrae un objeto cilíndrico envuelto en seda. Aparece al retirarla un olisbos, un falo artificial muy bien modelado a imitación humana.
No es desmedidamente grande, pero sí lo bastante para anticiparme una dolorosa invasión.

—Te anuncié que quizás un día llegases a conocerlo y mi esperanza se ha cumplido: te has hecho digna.

Mi látigo de camellero, el que viste en la jaima, venía a ser el bastón de mando de mi abuelo; éste fue el cetro de mi gurú, mi Maestra e iniciadora, la nacida ulednail, Madame d.Honville. No lo he usado jamás; con mis clientes empleé otros más vulgares ¡como si supiese que ahora lo estrenaría con mi amor! Es de raíz de olivo y está forrado de cabritilla: toca esta piel tan fina... ¡Bésala!

Ahora también tienes amo.

Beso reverente a mi invasor.

Huele a cuero perfumado y, en efecto, es suave como el raso.

Lleva unas correas para sujetarlo a las caderas y, en una, leo la inscripción en árabe en letras doradas: "Soy el sultán secreto."

En otra reza: "Soy el jinete infatigable." De su base y en dirección opuesta surge otro pene casi igual, para el placer simultáneo de la que lo use como amante activa, ciñéndolo a su cintura. Farida me hace notar que son separables pero que los usará unidos.

—Así me harás gozar moviendo bien tus caderas cuando te tenga empalada.

—Me desviviré para tu placer.

Quiero hacerte feliz.

—Lo soy sólo de pensarlo.

¡Lesbiana violando a un hombre, qué morbo! Romper tu virginidad para que te sientas mujer... Estoy archihúmeda. ¡Y tú excitada!

Es cierto. Estoy casi erecto al meterme en el baño, cuyos grifos acaba de cerrar.
Me detiene un momento:

—A ver cómo te moverás para mí.

Muevo mi culo de espaldas a ella lo mejor que imagino. Noto que me ruborizo. Ríe satisfecha y me da una palmada en una nalga para hacerme entrar en la bañera.
Ella misma me enjabona, me enjuaga, me aplica luego una crema hidratante y perfumada, me seca amorosamente y termina con un beso en mi boca, linguado y profundo.

—¿Dispuesta a que te prepare tu amazona? –me pregunta en un susurro.

—Te espero ansiosa.

—A cuatro patas, entonces...

Así... Va a trotar bien mi jaquita.

Por el espejo la veo quitándose su falda. Al fin descubro sus muslos, tan besados en mi comunión, aunque ahora cubiertos casi del todo por las altas medias: dos columnas llenas y esbeltas a la vez.

Le oigo un suspiro al introducirse el pene menor en su sexo. Queda a mi espalda y vivo una tensa expectativa mientras supongo se sujeta las correas en torno a sus caderas.

Reaparece en el espejo todopoderosa: de su entrepierna brota amenazador, imponente, el agresivo espolón, el sultán secreto del harem.

—Gracias por ofrecerte –me dice suave, inclinándose para besarme en el cuello.
Con una mano separa mis nalgas.

Moja mi ano una sustancia fría y untuosa que su dedo me introduce, moviéndose insistente, entrando y saliendo, girando, rechazando circularmente la pared muscular. Otro dedo se le une, me ensanchan y trabajan ambos la abertura, la habitúan: es molesto, pero no doloroso.

Al fin los dos se retiran, dejándome vacío; casi los echo de menos.

Estoy recibiendo en esta capilla, se me ocurre, el último sacramento: esta unción sin duda extrema.

Mis nalgas son separadas al máximo, con una mano en cada una, y una dura punta redondeada toca mi orificio y presiona cuidadosa contra él. Por instinto me contraigo y una recia palmada me azota con violencia.

—Relájate y aguanta, mi amor.

Recíbeme.

Entre mis muslos penetran los suyos, enfundados en las medias, y el roce es excitante. La punta del arma presiona firme, implacable, se obstina contra mi oscura diana, misil bien dirigido. Ahora las manos se aferran a mis ingles, en la juntura con mis muslos. La presión crece, crece. Me echaría yo adelante aun sin querer, si no lo impidieran esas manos apretándome hacia ella... De repente...

—Ay. ¡Ay!

No he podido sofocar el grito al sentirme cruelmente abierta, casi desgarrada por la intrusa cabeza que, una vez dentro, se queda inmóvil. Respiro hondo, jadeante.

—Calma, jaquita, calma; ya pasó lo peor.

Se dobla sobre mi espalda, acaricia mi pezón derecho y me susurra:

—¡Te adoro!

El dolor dilatante es un verdadero empalamiento. La cabezota se adentra, la sigue una barra inflexible. Avanza lenta, implacable, me va llenando. Saltan mis lágrimas, sudo afanosa. Sin querer, sintiéndome menos aferrada, me echo hacia delante, como para escapar.

—¿Me retiro? –pregunta cariñosa, inquieta.

—¡No, todo! ¡Lo quiero entero! ¡Móntame, galópame, agótame! –grito entre lágrimas y me echo atrás parar empalarme yo misma.

La barra avanza; me pregunto hasta cuándo.

—¿Ves cómo te quiero, cómo te doy mi amor?

—Y yo me doy a ti, ¡sigue!

La gloria del martirio, pienso.

Exactamente eso: el mismo dolor exaltante, ofrenda a mi señora todopoderosa, felicidad de darle su placer. El duro cordón umbilical adulto que ahora nos une nos hace hermanas siamesas. Farida conquista mis entrañas, siembra en ellas su fuerza, su dominio, su poderío... ¡Ya no puedo darme más!

Cesa el avance; noto su vientre contra mis nalgas.

Ha tomado posesión de mí, de mi piel y mis adentros, de mi ecuador y mis polos.

Total.

El espolón me llena. Su maza invasora me posee. La siento retroceder y casi grito para impedirlo, pero no hace falta: sólo está iniciando el galope hacia el goce.


Casi me abandona y sufro del vacío pero, deteniendo su reflujo en la misma orilla, vuelve a subir la marea, ahora más rápida. Recuerdo sus palabras y muevo mis caderas, me contorsiono de cintura abajo.

Oigo su sorprendido gemido de placer y todo mi dolor se torna júbilo.

—¡Buena chica!... Así, muévete, sigue trotando –exclama mientras me clava su arpón ya sin retenerse y yo ritmo con ella mis movimientos. Pensar que estoy manejando el otro espolón dentro de su sexo, enviándole así mi mensaje de amor, me eleva al éxtasis.

Y ya sin palabras, ella galopa, se enardece, lanza sus embestidas una tras otra, me espolea con el émbolo apasionado. Yo soy su rompeolas, aguanto, resisto, me muevo también dentro de ella, gozo el choqueteo de sus muslos contra los míos, de su vientre contra mis nalgas, de sus manos casi arañando mi espalda, de su arpón escociéndome, irritando mi vientre... Crecen sus jadeos, sus gemidos, un golpe suyo de entusiasmo me arranca un alarido... Ruge palabras sueltas; "qué delicia"... "qué bien trotas"... "qué virgen eras"... De pronto grita al cielo y se dolía sobre mis hombros, recibo un convulsivo mordisco en un hombro y se queda inmóvil sobre mí. El monstruo en mi vientre, enorme como una reina de termitas en su antro, llena y pesa y me impone su presencia pero, apaciguado su ímpetu, ya no me duele: más bien confirma mi amor, testigo de excepción de mi entrega. Poco a poco la Farida que ha descansado su cuerpo sobre mis espaldas arañadas, retira su presencia de mi hondura, con mimo, con reticencia. Lo que me duele entonces es la ausencia progresiva, el resbalar hacia ese vacío que corta nuestra unión umbilical: Ya he nacido mujer.

Ella, todavía respirando acezante, se tiende boca arriba a mi lado, mirándome con ojos velados por la felicidad: su rostro expresa la cima del éxtasis. ¡Qué cabal modelo para pintar a una monja mística en levitación, en pleno arrobo! La oigo pronunciar, mirando más allá de mí, más allá de todo:

—Me has dado lo que esperé toda mi vida, lo que desesperaba de alcanzar.


El olor a sexo llena esta capilla lustral. El espolón emergiendo aún de su entrepierna boca arriba, entre los muslos codiciados y adorables, revelados a mis ojos en su forma aunque cubiertos por las medias todavía, se levanta hacia los cielos firme y sólido como un lingam de templo shivaita. En su extremidad veo un rastro de sangre; la prueba de mi sacrificio, mi ofrenda. Farida lo ve también, alcanza una toalla próxima y limpia con ella el falo. Despliega el lienzo manchado de rojo.

—Podríamos enseñarla a los invitados de la boda, como en mi tierra. Me has dado tu virginidad, niña mía.

—Niña no; ya me has hecho mujer. Tú, mi primer hombre abriéndome.

—Y tú mi primer hombre abierto... Ya puedo ser tu mujer en nuestras bodas.

—¿No acabamos de celebrarlas?

—No del todo, amor. Nuestras nupcias son dobles. Vivimos andróginos, turnándonos en el sexo, disfrutando los dos roles, ambos encima o debajo... ¡Qué deleite!

Acostada como está me atrae a ella. Me tiende a su lado y quedamos quietos, cuerpo contra cuerpo, latiendo al unísono las sangres enamoradas.

—Ahora a completar la boda: a ti te toca –dice al fin ella.

Se desprende de su espolón y ahora cubre su desnudo con una simple túnica. También me hace dejar mi ropa.

—Nada de blanco. Ya no eres una novia. Ni tampoco novicia.

Eres mi igual, hermana profesa.

¡Hermana! Saboreo la palabra, que me sitúa a su altura, mientras ella me viste: Caftán azul y pesado cinturón de plata Kabyla sobre tanga negra y medias como las suyas, autosujetas.

—Para ti ahora el color. Tu blancura ha estallado, revelando lo que el blanco lleva dentro: todos los colores diversos de la vida.

Me entrega unos zapatos negros de alto tacón y concluye:

—Para que pises fuerte en tu boda. Será en mi jaima, la casa de la novia. Así es en mi tierra.

¡Su jaima! El templo donde adoré su muslo entrevisto, donde recibí su beso y desperté a la pasión. Beso la mano que acude a coger la mía y juntas, desposadas, recorremos el pasillo, abrimos la puertecita del paraíso y entramos en el subterráneo hacia el desierto. Subimos los escalones, nos envuelve la vasta luminosidad, nos traspasa el vigor afilado del aire seco. La jaima nos aguarda. Farida levanta la cortina exterior y me hace pasar. Cruzamos el espacio que ya conozco y me guía hacia el fondo. Allí me detiene.

—Espera.

Coge algo colgado y se arrodilla ante mí, ofreciéndomelo. Es el látigo del camellero, el cetro de su abuelo.

—Soy tuya. Haz de mí lo que quieras. Puedes azotarme.

Dejo el látigo a un lado. Tomo sus manos y la hago levantarse.

—Te quiero a mi altura, hermana, no a mis pies. Quiero verte toda, ahora yo.


—Entonces, llévame.

Levanta el lienzo que sirve de puerta. Me mira y adivino: la cojo en brazos como ella desea. Es ligerísima pero su peso en mis brazos es el de un mundo. Penetro con ella, la beso y la dejó en pie.

Avanza hasta el fondo y levanta la tela que cierra una gran ventana posterior abierta al infinito.

La comprendo. Quiere dejar atrás la residencia, la ciudad, todo. Sólo nosotros ante esa inmensidad, bajo esa intensa luz deslumbradora.

Ahora veo bien las fastuosas alfombras y el enorme lecho. Me desnudo y me arrodillo ante ella en la tupida alfombra.

—Súbete la túnica despacio, muy despacio.

Aparecen sus rodillas y amanecen sus muslos. Ya no son nuevos a mis ojos, pero ahora son míos. Mis manos siguen adorantes el alzamiento del vestido, acarician las medias, luego la corona de blonda que las remata y por fin, cerca del vértice donde comulgué, la satinada piel, la elástica firmeza de carne ámbar. Retiene el vestido en su cintura.

Ahora mis manos invierten el camino. Se aplican, reverentes, a hacer descender una de las medias, ofreciendo por fin ese muslo a mis ojos, hasta retirarla del todo. Al intentar lo mismo con la otra noto en Farida una breve reticencia, que me explico apenas la media ha descendido algo pues aparece la causa a mis asombrados ojos: en la cara interna del muslo, donde la piel es más suave y acogedora, una marca a fuego rompe la lisura, una media luna violácea. ¡Por eso me ocultó siempre su desnudo!

—Me marcaron por la fuerza y a traición. Nunca la dejé ver; ya te explicaré.

—No hace falta. Lo sé. Y quisiera borrártela a besos.

Mis labios depositan unos cuantos y, cuando la siento tranquila, continúo:

—Quítate ahora la túnica y abre las piernas.

Obedece, separa los pies y, entre la crespa negrura de su vientre aparece la hendidura púrpura, el cáliz donde comulgué a oscuras.

Su color me embriaga, ciño sus caderas con mis manos en sus nalgas, acerco mi rostro al tabernáculo, aspiro y beso, lamo y paladeo ese ardor expectante. Seguiría así pero me contengo. No quiero hacerla esperar. Ni puedo.

Me echo hacia atrás en el suelo sin moverme y veo en su cintura una fina cadenita de oro. La miro interrogante.

—La he llevado siempre como barrera contra los hombres. Desátamela tú, que te me has dado...

Pero ¡no me falles, no me dejes! –exclama con la voz turbada, oprimiendo mi cabeza con sus manos contra la plana lisura de su vientre.

Soy tuyo y tuya; te amo como me deseas y como eres, ambos las dos cosas, andróginos. Y además, por hermanas, incestuosas: seremos todo.

Me desprendo del abrazo y miro hacia arriba. Esbelta como una palmera, altas y firmes las granadas maduras de sus pechos, con amplias, oscuras, morbosas areolas: el árbol de la vida.

Me incorporo despacio, a lo largo de ella, mi lengua reptando por ese tronco de miel, explorando el secreto del ombligo, pasando de un globo a otro, de otro a uno, subiendo al fin por la garganta hasta la boca. El árbol se estremece, mi sexo erguido se manifiesta y, sin retirar mis manos obsesas de su espalda y de sus nalgas, la hago ir hasta la cama donde me desprendo de ella y me tiendo a lo largo, el sexo enarbolado.

—Ahora yo mando –dispongo–.

¡Móntame!

El destello en sus ojos es su júbilo. Pero vacila, como si deseara rendirse más pasivamente.

—¿No comprendes? –insisto–.

Vivirás lo contrario que aquella violación cuya marca llevas. Ahora viólame tú.
—Gracias mi amor; me adivinas.

No creí que se pudiera ser aún más feliz.

—¡Vamos, obedece o te azoto!

Ríe ante mi broma y se yergue sobre mi cuerpo yacente, un pie junto a cada uno de mis costados.

—Cuando yo mande estarás tú encima –me advierte.

—Sí. Igual seremos jinetes que montura.

Nuestras sonrisas son gemelas, imaginando los juegos que nos esperan. Admiro extático: mi coloso de Rodas; hecho yo el navío llegando a puerto bajo sus piernas... Mi ama, mi ideal, toda mi vida deseada. ¡Qué dominante reina, qué espléndida figura! Las piernas un compás, con su vértice fragante y encendido; el torso ostentando sus frutos; el rostro devorando ya con la mirada vencedora al amante bajo su poderío. Y yo, tierra aguardando la lluvia, su advenimiento. No el descenso de una blanca paloma, sino los siete arrebatados colores del iris, la pasión y el abismo, el halcón que nos devora haciéndonos vivir.

Se acuclilla acariciándose sus pechos, preparándolos; empuña mi rígido sexo estallante de sangre, obseso hacia su meta como un misil a punto. Su femenina fronda roza la punta viril y la estremece, su mano sitúa mi erección ante su blandura húmeda y elástica. Una tibia resistencia me engulle morosamente, ajustándose y ciñendo.

Encojo mis piernas para dar apoyo a sus nalgas, como al buen jinete la alta silla, mientras la siento empalarse hasta el fondo y regodearse bien clavada en lentas oscilaciones antes de levantarse despacio, despacio, hasta casi perder el contacto. Repite el goloso descenso y empieza la carrera, primero al paso, pronto al trote. Sus pechos basculan a compás, su mirada me posee, su boca entreabierta gime gozosa, inventa sonidos... "¡Te quiero!" exclama de golpe y se lanza al galope.

Mis manos acuden a mitigar los saltos de los pechos, a disfrutarlos protegiéndolos de su propia furia, mis caderas secundan sus rebotes... Todo mi cuerpo es cabalgado, espoleado, absorbido por el ansia hacia delante y hacia lo alto, como si juntos levitásemos...

Me integro en carne y mente con mi jinete, que contemplo a contraluz sobre el fondo del horizonte infinito donde la claridad crece, se vuelve ardiente, intensísima blancura... Mi reina, mi jinete, acelera su ritmo a vista de la meta, oscura llamarada el pelo negro, violentada hacia atrás la cabeza entre jadeos... La luz al rojo blanco se exaspera, me duele, se hace insoportable... De pronto ella gira el cuello y es el vivo retrato de mamá, el perfil a tres cuartos, ahora sobre mí como soñé de niño ante el 'mihrab' sagrado...

"¡Mamá! ¡Sí!" claman mis labios, justo cuando mi cuerpo estalla, se desintegra todo y a sacudidas me vacío en mi amante, me vacío en dolor, me acuchilla la luz violentísima que, al cegarme con su incendio, me sepulta en la noche absoluta.


El amante lesbiano José Luis Sampedro